jueves, 15 de diciembre de 2016
La conversación
Así comienza el relato que puedes encontrar en el libro Una parada obligatoria
Paseaba con los perros como si llevase atado un trineo que se deslizaba por los pasos de peatones sin obstáculo alguno. Frente a él, una plaza de apagados verdes y rincones terrosos, con excrementos del día anterior, le esperaba para soltar a los animales. No muy lejos la chica rubia que desde hacía una semana coincidía en el lugar, a la que no había dirigido ninguna palabra por miedo a recibir un no por respuesta. ¿Un no? Pero, si aún no le había pedido nada, ni tan siquiera la hora, ¿ya le iba a negar algo? Con la angustia que le producía tan solo imaginarse rechazado, no soportaría ni eso. La luz del atardecer era cada vez más oscura, y las farolas del parque comenzaban a emitir los primeros destellos, esos que aún no se perciben como no sea fijándose en el cristal ahumado de las mismas.
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miércoles, 23 de noviembre de 2016
Los que no pasaron el corte (11)
AUTORRETRATO
Yo nací de la tinta que expelía una estilográfica genérica,
que tenía el orgullo de haber sido patrocinada por un tal Plumarol Miglitol,
que a mí ni me va ni me viene, ni a ustedes probablemente tampoco, pero que a
fuerza de ser sinceros no queda más remedio que constatar, que para eso estamos
aquí en este momento. Al principio pensé que el papel que sostenía mi
nacimiento era de un blanco virginal, pero conforme fueron desgranándose las
líneas y el folio fue llegando a la parte inferior, esa en la que no queda más
remedio que darle la vuelta por muy a gusto que se encuentre la mano que
sostiene la pluma; cuando el folio se acabó, en definitiva, vino mi primera
decepción como ente físico, porque resulta que por detrás de lo que estaba
siendo mi expansión como tal, estaba escrito; era un sucio borrador, que en
nada tenía correspondencia con lo que en ese preciso momento estaba
aconteciendo. Se trataba de un folio que leyéndolo de forma apaisada, se podían
encontrar frases tan fuera de lugar como: “material de un solo uso”, “cantidad
que recibe”, “cantidad correspondiente”, “bandejas”, “servilletas”, “fecha”,
“recibí” y otras lindezas por el estilo, amén de unos números mecanografiados
junto a otros escritos en vulgar tinta de bolígrafo.
Tuve la curiosidad de fijarme que en el ángulo inferior derecho del folio, apareció el número uno rodeado de un círculo y a continuación crecía en extensión, pasé a un segundo folio donde la mencionada mano continuaba escribe que te escribe dándome forma como quien amasa pan o arcilla. ¿Es bonito nacer, verdad? Enseguida me familiaricé con esos dedos de uñas cortas, que siempre sujetaban la pluma de la misma forma; al número uno siguió el dos, a éste el tres y así entre folio y folio fui tomando cuerpo, y porque no me he entretenido en leerme, pero parece ser, según noticias que me han llegado por otros medios, que no estoy mal del todo, que a pesar de la cuna tengo buena presencia y con un poco de entrenamiento y otro poco de cirugía estética podría llegar a ser alguien en el mundo del escaparatismo. Lo que pasa es que me consta la pelea tan grande que existe en esto del papel impreso por llegar a ser alguien. Hay mucho dinero de por medio, a pesar de que dicen que se lee poco, de que la televisión y la Internet están acabando con la lectura en el formato tradicional. Yo tengo mis dudas, por eso estoy contento de haber nacido y encontrarme en el mundo de los vivos dándome codazos por destacar, por no pasar sin pena ni gloria por esta vida. Pero eso no es fácil como digo y hay que sufrir mucho para salir del anonimato. Cuando todavía no era más que un bebe, como quien dice, tuve que aguantar no se cuantos arañazos por parte de Plumarol, que por lo que se ve no estaba nada contento con lo que escribía, y no hacía más que tachar y emborronar, vamos que cuando uno se iba haciendo a la idea de cómo le iba a quedar el traje de primera puesta, ¡zas!, el zarpazo y a otra cosa; eso para no mencionar los ataques de furia de la mano que sostiene la pluma, que esos si que eran peligrosos: de buenas a primera y en el momento más inesperado ¡raasss!, el folio rasgado por la mitad o troceado en no se cuantos pedacitos que acababan en esa caja tan ridícula de guardar todo lo que no sirve.
Otras veces el peligro venía en forma de arrugas, y el lánguido e inocente folio acababa convertido en una pelotita, que luego de servir de experimento futbolístico terminaba corriendo la misma suerte que el caso anterior, besándole las paredes a la mencionada caja de cartón con adornos serigrafiados. Uno en su inocencia no acertaba a comprender que estaba pasando, era todo muy difuso y de muy ingrato recuerdo. Supongo que estas serán las cosas que te van marcando, y haciendo que tu vida discurra en uno u otro sentido. Al llegar el punto y final, ese tras el cual aparece la firma del autor y la fecha de nacimiento, vino ese momento crucial de ponerle nombre a la criatura, que por lo que sé, sale del tirón o se lleva un tiempo como en el limbo. Yo tuve suerte y me pusieron nombre de forma rápida, fue nada más concederme la fecha de nacimiento. Otra cosa es ponerse a discutir ahora sobre la conveniencia o no de ese nombre, después de haber desechado tantos otros, pero eso debe ser cosa del destino, al final nos acostumbramos a todo; además siempre me quedará el recurso de cambiarme, va a depender mucho de la popularidad que alcance, pero ahí no hemos llegado todavía. Siguiendo un poco el orden lógico de los acontecimientos de esos folios reutilizados, pasé a incorporarme al disco duro de un ordenador, donde casi me da algo cuando vi la cantidad de gente que allí había. Era como pasar del campo a la ciudad, del mundo silvestre a la civilización, del desierto a la aglomeración ¡que cantidad de criaturas! Allí aprendí el abecedario y algunas reglas gramaticales, y me hice mayor rápidamente, porque tuve que asimilar tantos conceptos en tan poco tiempo, que el que consigue salir vivo de las tripas de ese invento tiene el cielo ganado. La tinta de Plumarol se reconvirtió en otra de diversos colorines, y la mano encontró a su compañera, y ahora eran dos almas gemelas las que porreaban aquel teclado, y yo iba tomando importancia rodeado de pequeñas líneas graduadas en el lateral izquierdo y en la parte superior de una pantalla, y con todo un despliegue de modelos de letras, todas ellas dispuestas a hacerme un traje mucho más acorde con la edad, aunque dicho con la mejor de las intenciones, siento cierta añoranza por aquellos rasgos que se iban abriendo paso en la pradera nívea del folio.
Ahora también hay que abrirse paso, pero son las mismas palabras —salvo correcciones— y además nada de tachaduras; de repente una palabra, una frase o incluso varias líneas, desaparecen de pronto como si nunca hubiesen existido; se ve que eso de trabajar en pareja da otros frutos distintos. Aquí me siento crecer por minutos, porque es tan amplio el abanico de posibilidades que se me ofrece para hacerme respetar, que casi no me da tiempo a asimilar tanto ingenio. El resultado del paso por el disco duro es la formación de una serie de clones, cada uno de ellos en distintos formatos. Nos vamos a quedar con el formato papel porque ese va a ser el hilo argumental de la historia de mi vida. Ese momento tan interesante en que abandona aquella primera puesta y aparece uno con otro traje, tampoco resultó ser del todo brillante, porque conforme iba siendo parido — en este caso por una Hewlett Packard—, me di cuenta de que volvía a tener el mismo traje dual que ya tuve cuando vi la luz primera. Ahora que ya tenía una forma reglada, cuadrada y repeinada resulta que por el envés, por la parte de atrás, volvían a aparecer frases tan fuera de lugar como “cantidad correspondiente” y “cantidad que recibe”. Algo indigno, así que como yo iba siendo mayor jugué con lo que había aprendido en aquel limbo de técnica y cultura en el que me habían matriculado y sin que las almas gemelas se diesen cuenta, introduje algunos gazapos que ni el minucioso sistema corrector de la computadora pudo detectar. El número de folios se redujo con relación a mi anterior etapa y en un parto dentro de la normalidad, caí en una bandeja para acto seguido sentir un pinchazo en el ángulo superior izquierdo como si me hubiesen puesto una grapa.
Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que de nuevo la mano que sostiene la pluma actuaba en solitario, aunque es esta ocasión sostenía entre sus dedos un lápiz de colores, que de vez en cuando aplicaba sobre mi estructura corrigiendo por aquí y por allá, yo que me las prometía tan felices pensando que el salto a la fama estaba a punto de llegar. ¡Con razón seguía teniendo aquella espalda tan cochambrosa! Los folios tan perfectamente alineados volvieron a ser un galimatías de letras, frases y remiendos que no los conocía ya ni la Packard que los parió. Volví a tomarme la justicia por mi mano e intervine en algunas palabras para que no se reconociese su significado, aprovechándose de la precariedad del traje de segunda puesta: siempre hay algún agujero o alguna descomposición en la tinta para salirme con la mía. En la siguiente ocasión que tuve que vérmelas con mis compañeros de la computadora, la cosa ya había cambiado y se me trataba de otra forma mucho más honrosa para todo escrito que se precie. Era como un acicalamiento premeditado y mirado al detalle: una coma por aquí, un espacio por allí, un gazapo que intenta colarse, un acento que se escapaba. Me dejan en definitiva en perfecto estado de revista, para que otros ojos me miren y otras manos me acaricien. Orgulloso como un pavo en celo paso a formar parte de un listado, en el que se me asigna un número y se me coloca en una especie de lista de espera. En ese momento nacen en mí serias dudas sobre el estado físico en el que me encontraría la próxima vez, que alguien se digne acordarse de mí, ¿para qué tanta guapura? A lo mejor cuando vayan a acordarse de mí, estaré tan pachucho, que casi será necesario rescribirme de nuevo. Pero en fin, dentro de la ignorancia que me invadía no me quedaba otro remedio que tener paciencia, y esperar que de esta columna de folios tan bien ordenados y numerados no pasara a hacerle una visita al contenedor azul, que es donde dicen que acabamos la mayoría de las veces, una vez que el color de la piel se va volviendo amarillenta. La esperanza que me quedaba es que como no dejaba de ser un clon, puede que alguno de mis semejantes alcance la meta para la que fui concebido, porque ¡vamos a hablar claro!, que uno ya va siendo mayorcito: a mí me decían de peque que yo era el producto de un pensamiento, de una idea, y que la mano trazaba el diseño de mi ilustre figura para satisfacer un deseo interior, una forma de comunicación entre semejantes, no importaba cual fuese el destino final de lo que se hubiese parido. ¡Ja! ¡Eso no me lo creo yo ni harto de tinta! Si esos folios no terminan pasando por una imprenta y no ven la luz del día cobijados por dos buenas cubiertas, déjame de satisfacciones, que es lo mismo que si no hubiesen nacido. Esa es la vida, esa es la lucha por sobrevivir y esa es la realidad y lo demás son cuentas que nunca salen.
Por eso yo tenía y tengo fe en lo de la clonación, sea por acierto, por lo que uno pueda valer, o porque alguna vez tenía que ser, cualquiera de las copias que andan por ahí buscándose la vida, puede dar el golpe de gracia y pasar del anonimato a la fama en un abrir y cerrar de páginas. Nuestra vida puede ser corta, excesivamente corta, pero también puede ser eterna y ahí está la fuerza de la que nos valemos para seguir emborronando folios. En la actualidad yo no soy nadie, no paso de ser un mero espectador del mundo que me rodea, pero viajo, navego por las ondas, y tengo las maletas siempre dispuestas por si algún día llega ese momento que se me grabó en el mismo instante de nacer. A mí me tocó doblarme sobre mi eje y meterme en un sobre tamaño cuartilla con destino a la otra punta de España: todo muy misterioso, eso si, porque salvo el nombre que es lo único que no me han cambiado — pero todo puede suceder—, lo demás es pura fantasía; se oculta mi edad, mi lugar de nacimiento y hasta es una incógnita saber quien fue la criatura que me ayudó en el parto. He viajado junto con un montón de gente, dando saltos de un lado para otro y cambiando de vehículos casi sin parar, algo mareado de tanto dar vueltas, aquí me hallo a la dulce espera de saber mi destino. Llevo impresa en la piel unos cuantos sellos identificativos, y ya he pegado algún que otro tropezón sin consecuencias para mi integridad física. Los nervios me tienen que no vivo, y las noticias que me llegan de unos y otros no pueden ser más negativas: que si el doble espacio, que si no se cuantos caracteres por página, que si el tamaño de la fuente, que si DIN A-4, que si quintuplicado ejemplar, ¿habrá puesto bien el NIF la mano que sostiene la pluma?, ¿estaré perfectamente paginado?, duración de lectura de quince minutos aproximadamente, ¿se declarará desierto el premio?,...las partes se someten a los Juzgados y Tribunales de.... y uno aquí de novato pensando que a lo mejor ni siquiera se digna nadie a escucharte. ¡Con tantas reglas no me extraña! Pero es que no puede ser, ¿qué será más importante una línea más o menos o el contenido del folio? Lo que cuenta es lo que uno piensa, digo yo, no la forma que tenga. De acuerdo que tiene que haber alguna medida, pero que sea más flexible, es que si no te dan ni a oportunidad de expresarte, como va uno a poder demostrar nada. Aquí estoy dándole vueltas a todo este lío, que en la vida me he visto en otra más gorda. Tengo presente lo de los clones, pero en este momento la responsabilidad es mía, y en las próximas horas puede que haya dado un paso de gigante e inmortalizado mi nombre – aunque sea figurado – o pasar a convertirme en unos gramos de ceniza por no pensar en la reencarnación que puede que sea hasta más doloroso. ¡Que nervios! Creo que hay movimiento, tengo que dejar de pensar en transmitir ideas y centrarme en lo que vaya a venir; no importan los acontecimientos, sea para bien o para mal, estoy dispuesto. Si no volvemos a comunicar, ya sabe todo el mundo cual ha sido mi destino, y si volvemos a vernos estaré plenamente agradecido por haber confiado en mis posibilidades. ¡Hasta siempre!.
Tuve la curiosidad de fijarme que en el ángulo inferior derecho del folio, apareció el número uno rodeado de un círculo y a continuación crecía en extensión, pasé a un segundo folio donde la mencionada mano continuaba escribe que te escribe dándome forma como quien amasa pan o arcilla. ¿Es bonito nacer, verdad? Enseguida me familiaricé con esos dedos de uñas cortas, que siempre sujetaban la pluma de la misma forma; al número uno siguió el dos, a éste el tres y así entre folio y folio fui tomando cuerpo, y porque no me he entretenido en leerme, pero parece ser, según noticias que me han llegado por otros medios, que no estoy mal del todo, que a pesar de la cuna tengo buena presencia y con un poco de entrenamiento y otro poco de cirugía estética podría llegar a ser alguien en el mundo del escaparatismo. Lo que pasa es que me consta la pelea tan grande que existe en esto del papel impreso por llegar a ser alguien. Hay mucho dinero de por medio, a pesar de que dicen que se lee poco, de que la televisión y la Internet están acabando con la lectura en el formato tradicional. Yo tengo mis dudas, por eso estoy contento de haber nacido y encontrarme en el mundo de los vivos dándome codazos por destacar, por no pasar sin pena ni gloria por esta vida. Pero eso no es fácil como digo y hay que sufrir mucho para salir del anonimato. Cuando todavía no era más que un bebe, como quien dice, tuve que aguantar no se cuantos arañazos por parte de Plumarol, que por lo que se ve no estaba nada contento con lo que escribía, y no hacía más que tachar y emborronar, vamos que cuando uno se iba haciendo a la idea de cómo le iba a quedar el traje de primera puesta, ¡zas!, el zarpazo y a otra cosa; eso para no mencionar los ataques de furia de la mano que sostiene la pluma, que esos si que eran peligrosos: de buenas a primera y en el momento más inesperado ¡raasss!, el folio rasgado por la mitad o troceado en no se cuantos pedacitos que acababan en esa caja tan ridícula de guardar todo lo que no sirve.
Otras veces el peligro venía en forma de arrugas, y el lánguido e inocente folio acababa convertido en una pelotita, que luego de servir de experimento futbolístico terminaba corriendo la misma suerte que el caso anterior, besándole las paredes a la mencionada caja de cartón con adornos serigrafiados. Uno en su inocencia no acertaba a comprender que estaba pasando, era todo muy difuso y de muy ingrato recuerdo. Supongo que estas serán las cosas que te van marcando, y haciendo que tu vida discurra en uno u otro sentido. Al llegar el punto y final, ese tras el cual aparece la firma del autor y la fecha de nacimiento, vino ese momento crucial de ponerle nombre a la criatura, que por lo que sé, sale del tirón o se lleva un tiempo como en el limbo. Yo tuve suerte y me pusieron nombre de forma rápida, fue nada más concederme la fecha de nacimiento. Otra cosa es ponerse a discutir ahora sobre la conveniencia o no de ese nombre, después de haber desechado tantos otros, pero eso debe ser cosa del destino, al final nos acostumbramos a todo; además siempre me quedará el recurso de cambiarme, va a depender mucho de la popularidad que alcance, pero ahí no hemos llegado todavía. Siguiendo un poco el orden lógico de los acontecimientos de esos folios reutilizados, pasé a incorporarme al disco duro de un ordenador, donde casi me da algo cuando vi la cantidad de gente que allí había. Era como pasar del campo a la ciudad, del mundo silvestre a la civilización, del desierto a la aglomeración ¡que cantidad de criaturas! Allí aprendí el abecedario y algunas reglas gramaticales, y me hice mayor rápidamente, porque tuve que asimilar tantos conceptos en tan poco tiempo, que el que consigue salir vivo de las tripas de ese invento tiene el cielo ganado. La tinta de Plumarol se reconvirtió en otra de diversos colorines, y la mano encontró a su compañera, y ahora eran dos almas gemelas las que porreaban aquel teclado, y yo iba tomando importancia rodeado de pequeñas líneas graduadas en el lateral izquierdo y en la parte superior de una pantalla, y con todo un despliegue de modelos de letras, todas ellas dispuestas a hacerme un traje mucho más acorde con la edad, aunque dicho con la mejor de las intenciones, siento cierta añoranza por aquellos rasgos que se iban abriendo paso en la pradera nívea del folio.
Ahora también hay que abrirse paso, pero son las mismas palabras —salvo correcciones— y además nada de tachaduras; de repente una palabra, una frase o incluso varias líneas, desaparecen de pronto como si nunca hubiesen existido; se ve que eso de trabajar en pareja da otros frutos distintos. Aquí me siento crecer por minutos, porque es tan amplio el abanico de posibilidades que se me ofrece para hacerme respetar, que casi no me da tiempo a asimilar tanto ingenio. El resultado del paso por el disco duro es la formación de una serie de clones, cada uno de ellos en distintos formatos. Nos vamos a quedar con el formato papel porque ese va a ser el hilo argumental de la historia de mi vida. Ese momento tan interesante en que abandona aquella primera puesta y aparece uno con otro traje, tampoco resultó ser del todo brillante, porque conforme iba siendo parido — en este caso por una Hewlett Packard—, me di cuenta de que volvía a tener el mismo traje dual que ya tuve cuando vi la luz primera. Ahora que ya tenía una forma reglada, cuadrada y repeinada resulta que por el envés, por la parte de atrás, volvían a aparecer frases tan fuera de lugar como “cantidad correspondiente” y “cantidad que recibe”. Algo indigno, así que como yo iba siendo mayor jugué con lo que había aprendido en aquel limbo de técnica y cultura en el que me habían matriculado y sin que las almas gemelas se diesen cuenta, introduje algunos gazapos que ni el minucioso sistema corrector de la computadora pudo detectar. El número de folios se redujo con relación a mi anterior etapa y en un parto dentro de la normalidad, caí en una bandeja para acto seguido sentir un pinchazo en el ángulo superior izquierdo como si me hubiesen puesto una grapa.
Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que de nuevo la mano que sostiene la pluma actuaba en solitario, aunque es esta ocasión sostenía entre sus dedos un lápiz de colores, que de vez en cuando aplicaba sobre mi estructura corrigiendo por aquí y por allá, yo que me las prometía tan felices pensando que el salto a la fama estaba a punto de llegar. ¡Con razón seguía teniendo aquella espalda tan cochambrosa! Los folios tan perfectamente alineados volvieron a ser un galimatías de letras, frases y remiendos que no los conocía ya ni la Packard que los parió. Volví a tomarme la justicia por mi mano e intervine en algunas palabras para que no se reconociese su significado, aprovechándose de la precariedad del traje de segunda puesta: siempre hay algún agujero o alguna descomposición en la tinta para salirme con la mía. En la siguiente ocasión que tuve que vérmelas con mis compañeros de la computadora, la cosa ya había cambiado y se me trataba de otra forma mucho más honrosa para todo escrito que se precie. Era como un acicalamiento premeditado y mirado al detalle: una coma por aquí, un espacio por allí, un gazapo que intenta colarse, un acento que se escapaba. Me dejan en definitiva en perfecto estado de revista, para que otros ojos me miren y otras manos me acaricien. Orgulloso como un pavo en celo paso a formar parte de un listado, en el que se me asigna un número y se me coloca en una especie de lista de espera. En ese momento nacen en mí serias dudas sobre el estado físico en el que me encontraría la próxima vez, que alguien se digne acordarse de mí, ¿para qué tanta guapura? A lo mejor cuando vayan a acordarse de mí, estaré tan pachucho, que casi será necesario rescribirme de nuevo. Pero en fin, dentro de la ignorancia que me invadía no me quedaba otro remedio que tener paciencia, y esperar que de esta columna de folios tan bien ordenados y numerados no pasara a hacerle una visita al contenedor azul, que es donde dicen que acabamos la mayoría de las veces, una vez que el color de la piel se va volviendo amarillenta. La esperanza que me quedaba es que como no dejaba de ser un clon, puede que alguno de mis semejantes alcance la meta para la que fui concebido, porque ¡vamos a hablar claro!, que uno ya va siendo mayorcito: a mí me decían de peque que yo era el producto de un pensamiento, de una idea, y que la mano trazaba el diseño de mi ilustre figura para satisfacer un deseo interior, una forma de comunicación entre semejantes, no importaba cual fuese el destino final de lo que se hubiese parido. ¡Ja! ¡Eso no me lo creo yo ni harto de tinta! Si esos folios no terminan pasando por una imprenta y no ven la luz del día cobijados por dos buenas cubiertas, déjame de satisfacciones, que es lo mismo que si no hubiesen nacido. Esa es la vida, esa es la lucha por sobrevivir y esa es la realidad y lo demás son cuentas que nunca salen.
Por eso yo tenía y tengo fe en lo de la clonación, sea por acierto, por lo que uno pueda valer, o porque alguna vez tenía que ser, cualquiera de las copias que andan por ahí buscándose la vida, puede dar el golpe de gracia y pasar del anonimato a la fama en un abrir y cerrar de páginas. Nuestra vida puede ser corta, excesivamente corta, pero también puede ser eterna y ahí está la fuerza de la que nos valemos para seguir emborronando folios. En la actualidad yo no soy nadie, no paso de ser un mero espectador del mundo que me rodea, pero viajo, navego por las ondas, y tengo las maletas siempre dispuestas por si algún día llega ese momento que se me grabó en el mismo instante de nacer. A mí me tocó doblarme sobre mi eje y meterme en un sobre tamaño cuartilla con destino a la otra punta de España: todo muy misterioso, eso si, porque salvo el nombre que es lo único que no me han cambiado — pero todo puede suceder—, lo demás es pura fantasía; se oculta mi edad, mi lugar de nacimiento y hasta es una incógnita saber quien fue la criatura que me ayudó en el parto. He viajado junto con un montón de gente, dando saltos de un lado para otro y cambiando de vehículos casi sin parar, algo mareado de tanto dar vueltas, aquí me hallo a la dulce espera de saber mi destino. Llevo impresa en la piel unos cuantos sellos identificativos, y ya he pegado algún que otro tropezón sin consecuencias para mi integridad física. Los nervios me tienen que no vivo, y las noticias que me llegan de unos y otros no pueden ser más negativas: que si el doble espacio, que si no se cuantos caracteres por página, que si el tamaño de la fuente, que si DIN A-4, que si quintuplicado ejemplar, ¿habrá puesto bien el NIF la mano que sostiene la pluma?, ¿estaré perfectamente paginado?, duración de lectura de quince minutos aproximadamente, ¿se declarará desierto el premio?,...las partes se someten a los Juzgados y Tribunales de.... y uno aquí de novato pensando que a lo mejor ni siquiera se digna nadie a escucharte. ¡Con tantas reglas no me extraña! Pero es que no puede ser, ¿qué será más importante una línea más o menos o el contenido del folio? Lo que cuenta es lo que uno piensa, digo yo, no la forma que tenga. De acuerdo que tiene que haber alguna medida, pero que sea más flexible, es que si no te dan ni a oportunidad de expresarte, como va uno a poder demostrar nada. Aquí estoy dándole vueltas a todo este lío, que en la vida me he visto en otra más gorda. Tengo presente lo de los clones, pero en este momento la responsabilidad es mía, y en las próximas horas puede que haya dado un paso de gigante e inmortalizado mi nombre – aunque sea figurado – o pasar a convertirme en unos gramos de ceniza por no pensar en la reencarnación que puede que sea hasta más doloroso. ¡Que nervios! Creo que hay movimiento, tengo que dejar de pensar en transmitir ideas y centrarme en lo que vaya a venir; no importan los acontecimientos, sea para bien o para mal, estoy dispuesto. Si no volvemos a comunicar, ya sabe todo el mundo cual ha sido mi destino, y si volvemos a vernos estaré plenamente agradecido por haber confiado en mis posibilidades. ¡Hasta siempre!.
viernes, 4 de noviembre de 2016
Los que no pasaron el corte (10)
WWWBICIBH.COM
Hace seis días que recibí una nota
preguntándome por la compra de una bicicleta en buen estado, que puse en
aquellas páginas de anuncios gratuitos. Ni me acordaba de la bicicleta, ni del
anuncio; pensé que ya me habrían dado de baja, al fin y al cabo tampoco me he
molestado mucho en comprobar si había publicado algo, y como ya había pasado un
tiempo, me sorprendió la nota llegada a través de internet. En principio no le
dí mayor importancia, y contesté con la misma frialdad que lo venía haciendo
últimamente; entre unas cosas y otras he llegado a coleccionar una docena de
bicis, pero que luego para darle salida me las veo y me las deseo. Claro que
una BH, color negro, de un solo piñón y con esos frenos de varilla, no se
consigue fácilmente. Lo que pasa que luego la gente quiere que se le de las
cosas regaladas, menos mal que uno no vive de esto, sino iba a pasar más hambre
que el caracol de la vela, como decía aquel humorista. Te escriben o te llaman,
parecen interesados y al final te quedas con el artículo colgado, así que hace
ya tiempo decidí olvidarme de los anuncios,
de adquirir sólo las gangas y de no bajar el precio de venta aunque al
final me quede sin ganancias. Tampoco soy yo persona muy dada a esto de los
negocios.
Las circunstancias me llevaron a la situación actual, aunque lo que yo pretendía era una idea más romántica, quería reunir a una serie de aficionados que tuviésemos oportunidad de lucir estas espléndidas máquinas, cada cual sería responsable de las suya, la cuidaría y procuraría tenerla a punto para cuando hiciéramos las marchas. Pero la gente se fue rajando y al cabo del tiempo, me veo yo solo, que me quedo con la mitad de la mercancía y esto me llevó a la idea del cambalache, pero con un resultado tan nefasto que apenas le doy importancia al asunto. Lo que pasa es que en el fondo se mantiene una ligera esperanza de que todo cambie, y por eso contesto cuando se ponen en contacto conmigo, y así lo hice en esta ocasión, sin tener la más remota idea de lo que el destino me tenía preparado.
Las circunstancias me llevaron a la situación actual, aunque lo que yo pretendía era una idea más romántica, quería reunir a una serie de aficionados que tuviésemos oportunidad de lucir estas espléndidas máquinas, cada cual sería responsable de las suya, la cuidaría y procuraría tenerla a punto para cuando hiciéramos las marchas. Pero la gente se fue rajando y al cabo del tiempo, me veo yo solo, que me quedo con la mitad de la mercancía y esto me llevó a la idea del cambalache, pero con un resultado tan nefasto que apenas le doy importancia al asunto. Lo que pasa es que en el fondo se mantiene una ligera esperanza de que todo cambie, y por eso contesto cuando se ponen en contacto conmigo, y así lo hice en esta ocasión, sin tener la más remota idea de lo que el destino me tenía preparado.
El otoño se presentaba lluvioso,
luego de habernos estado metiendo el miedo en el cuerpo toda la primavera y
todo el verano con la escasez de agua, y el tanto por ciento de ocupación de
los pantanos, e incluso de la necesidad de seguir construyendo aún más embalses
cuando no somos capaces de llenar los que tenemos. Algunas salidas previstas
por los cinco valientes que aún quedaban en el club, tuvimos que suspenderlas
porque las nubes que son muy suyas, tomaron la manía de empezar a soltar agua
el viernes por la tarde y no parar hasta el domingo. ¡Que le vamos a hacer!. Lo
que hacíamos era esperar una clarita y nos dábamos un paseo por la ciudad por
tal de matar el gusanillo. No conviene llevarse demasiado tiempo sin pedalear
porque luego cuesta lo suyo coger de nuevo el vicio, y además de paso
contribuimos a dar ejemplo del uso de la bicicleta y presionar al Ayuntamiento
para que afronte de una vez por todas la instalación de los carriles bici.
Aquella nota presentaba algunas características que me hacían distinto; los compañeros de trabajo, los del
club y alguna amiga más íntima me notaban algo, pero yo no le estaba dando
demasiada importancia.
A través de Yahoo!.Correo España, me llegaban a diario comunicaciones, que contestaba o no, según fuese el caso, pero que de cualquier forma me resultaban indiferente, más cuando fue aumentando el número de misivas que nos intercambiamos, porque no había manera de que nos pusiésemos de acuerdo en el negocio de las BH, comencé a darme cuenta de lo que me decían los demás y de que me estaba enamorando de la persona que estaba al otro lado de la nebulosa informática. Tenía un pellizco en las tripas que me hacían sentirme vivo, y unas ganas enormes de ponerme delante del teclado, para preguntar cualquier cosa para enseguida especular con algunas de sus respuestas o frases espontáneas. ¿Porqué me habrá dicho en lo que trabaja?. ¿Qué querrá decir con eso del cine?. Antes no me decía ni hola, y ahora me desea hasta que tenga un buen día. Yo le voy a mandar mi número de teléfono a ver si me llama, que tengo ganas de escuchar su voz, ¿o debería llamarla yo?. Con estos datos en la coctelera, me daba perfecta cuenta que lo de menos era ya el asunto de las bicis, y tanto ella como yo andábamos jugando al ratón y al gato sin decidirnos a dar el paso siguiente. Teníamos miedo y eso se notaba, no en vano nuestras trayectorias vitales pasaban por sendas separaciones matrimoniales, y además había hijos de por medio. Sus cartas, una vez leídas en la pantalla del ordenador, las imprimía para luego, con toda la parsimonia del mundo, leerlas y tratar de sacarle punta a cada una de sus palabras o frases. Fecha: 22 de Noviembre. De: Maribel@yahoo.es. Para: Juan. Asunto: bicis “Gracias por mandarme la información relativa... respecto a la adquisición de la bicicleta, aún no tengo decidido que voy a hacer porque mis hijos siempre vienen conmigo y necesitaría también...y ya por último te diré que estuve el miércoles pasado con mi amiga Luara viendo un película francesa en versión original, que me gustó bastante porque...Un saludo R.I.”. ¿Porqué me sentiré más inquieto cuando llega una carta firmada por una mujer?. Ya no es hora de hacerse tantas preguntas – me dije -, y aprovechando un excusa que tenía que ver con el tiempo, me decidí a marcar su número de teléfono y a convencerme de que era la misma Raquel que escribía con tanta ternura aquellas misivas interactivas.
El corazón me dio un vuelco y por poco si se me sale del pecho, cuando comprobé la dulzura de su voz y el timbre sonoro de sus palabras. Era la misma, no había duda, me sabía sus textos casi de memoria de tanto como los repetía cuando me metía en la cama, o cuando mi mente quedaba un momento libre de otras ocupaciones. Si el sábado continuaba lloviendo tendríamos que descartar la ruta prevista, esa era la regla que teníamos en el club, pero siempre cabía la posibilidad de un claro, de que las nubes fuesen benévolas con mis sentimientos y me permitieran conocer a esa mujer que estaba instalada en mí, mucho antes de conocerla. Pensé en mis hijos, en como afrontaría el trago de tener que decirle algo, pero como ella tenía otros dos, suponía que también habría pensado en esto y que ya le encontraríamos alguna salida. En estos momentos eso no era lo prioritario, lo que me corría prisa era asegurarme de que el domingo por la mañana iba a hacer buen tiempo, o al menos lo suficientemente bueno para que ella no se echase atrás y dejase su primer día de encuentro para otro momento.
Bajé a comprar la prensa, consulté con Florenci Rei, con el INM en internet y esperé hasta las 15,55 en la televisión española para cotejar todos los datos. Cuando hablase con ella de nuevo, tenía que asegurarle que iba a haber marcha ciclista. Y la hubo. Estábamos los de siempre que junto a ella y uno de sus hijos constituimos un pelotón de siete valientes dispuestos a disfrutar de un día de lujo en la campiña. Su cara, sus gestos, su mirada... todo quedó impreso en mi mente como una dulce canción melódica que a partir de ese momento no olvidaría jamás. A pesar de las amenazas de agua amaneció un día limpio de nubes que auguraba lo que luego fue: pedaleábamos a placer por la vía verde y recogimos todos los efluvios que emanaba un campo recién regado. Había alcornoques a los que nos abrazábamos todos para tratar de sacarles el secreto de su longevidad, arroyos que cruzábamos a pie por temor a una caída, fotografías en los sitios más inverosímiles y toda una carga de esperanza para que nada se torciera, para que todo saliera bien y aquel primer encuentro no pasase sin pena ni gloria. Un beso de despedida, una noche sin dormir y unas ganas tremendas de volver al ordenador a comprobar el correo electrónico para ver si llegaba alguna foto, para tratar de encontrar en una imagen congelada la respuesta a lo que tan sólo el tiempo puede aclarar. Había sido una jornada tan espléndida, que parecía impensable que el día siguiente fuese a ser una paso atrás en la relación amistosa que ya se había iniciado, que ya había tomado forma.
Tal vez me hubiera hecho demasiadas ilusiones, ante esa mujer que apenas conocía, y de la que ni siquiera sabía si tenía interés en mantener la amistad, pero yo estaba lanzado y no había quien me pudiese convencer de lo contrario, así que tenía claro cual era el enemigo a vencer: el tiempo, no el atmosférico que para eso ya contaba con bastantes ayudas para estar orientado. El tiempo que marcaba el paso de las distintas fases lunares, y con el que yo me tenía que coaligar para tener una respuesta a mis inquietudes. Sentado ante la pantalla del ordenador a la espera de esa misiva que no llegaba, se me ocurrió cambiar la fecha y decirle al pc, que ese día era tres de marzo del año siguiente, a ver que pasaba. Cual fue mi sorpresa al comprobar que de repente se reinicia, y cuando termina de hacer un montón de monerías, aparece ante mis ojos una ventana algo cambiada, pero en la que se reconoce perfectamente el anagrama de Yahoo. Comienzo a investigar y llego a los correos por abrir. Ahí estaban acumulados todos aquellos que nunca tocaba por temor a los virus o a tener que contestarles, pero si de verdad estábamos haciendo ciencia-ficción y nos encontrábamos en la fecha que yo había introducido, lo que a mí me interesaba buscar eran los correos de Raquel que seguro que los habría leído ya. Puse el puntero en el lugar adecuado y fueron desfilando unos y otros, casi sin echarles cuenta a ninguno, porque el único que me interesaba era el que pusiese Maribel@yahoo.es. Cuando di con el primero salté del asiento, miré la fecha, la hora, me fijé en todos los detalles y no había duda: estábamos en marzo y era ella, era Raquel Iglesias. Leí la palabra Asunto: pero me tuve que levantar, irme a la cocina, y tomarme un vaso de agua porque no me atrevía a seguir leyendo. Cuando regresé salté sin mirar el contenido del Asunto y me fui directamente al texto del mensaje. No podía más, tenía que saber de inmediato que decían aquellas líneas que supuestamente me había escrito tres meses después de la fecha en la que me encontraba. Leí sobresaltado, sin hilazón, mezclando frases y quedándome sólo con las palabras sueltas. Buscaba lo que nunca había tenido oportunidad de leer viniendo de ella o de escuchar de sus labios. Encontré palabras cariñosas, pero ninguna lo suficientemente ilustrativa como para convencerme de que para esa fecha las cosas estaban saliendo a pedir de boca.
Me calmé y fui leyendo el texto de forma ordenada, de la primera a la última palabra. Era evidente que sus palabras transmitían ternura, y que entre ella y yo se había establecido algún tipo de relación que nos mantenía unidos, pero enseguida me asaltaron unas cuantas dudas y volví a inquietarme. ¿Hasta donde llegaba esa relación?. ¿Eramos amigos o había algo más?. Decidí poner en la casilla de Buscar su nombre y apellidos y enseguida se desplegaron una serie de correos ordenados por fechas, que fui leyendo detenidamente hasta tratar de convencerme de cual era el estado de nuestra relación después de transcurridos esos meses. Todo lo que leía me indicaba que seguíamos igual que ese primer día que nos conocimos, sólo que con un grado de amistad más acentuado. No obstante hubo uno que me llamó poderosamente la atención y al que volví nada más terminar de leerlos todos: se trataba de un texto intimista donde me confesaba lo tortuoso de su relación anterior – fruto de la cual tenía dos hijos – y de lo sola que se encontraba porque sabía que aún era joven, y no le había llegado el momento de tirar por la borda nada. Tenía un trabajo con el que estaba contenta y con el que se ganaba la vida, tenía amigos y tenía a sus hijos que era lo que realmente le daba fuerzas para seguir luchando cada día. Al fin y al cabo si una relación amorosa no sale bien, tampoco se acaba el mundo; ella seguía en su casa y tan sólo había cambiado la ausencia del padre de sus retoños, pero eso era algo que se veía venir. Por un momento deduje que se estaba sincerando conmigo como tal vez no lo hubiese hecho con nadie.
Yo no suelo guardar los correos que escribo, así que ignoraba mis respuestas, me comía la moral no saber por donde se había ido tejiendo la trama. Tenía que seguir leyendo más despacio para no equivocarme en mis deducciones, y sobre todo debería obtener provecho de esta situación para la próxima vez que tuviese oportunidad de verme cara a cara con ella. Ya quisieran muchos enamorados mirar en el espejo mágico, o en la bola de cristal para poder prevenir las meteduras de pata, que a menudo se cometen, y que tanto pesan a lo largo de la vida. Yo me encontraba ante esa bola de cristal, que me estaba dando las claves de una relación que sabía como había empezado, intuía como había discurrido pero de la que no quería saber si había terminado o no. Para ello tan sólo tenía que volver a adelantar la fecha del ordenador y me daría cuenta si Raquel seguía formando parte de mi vida y si la situación de partida tan sólo fue un espejismo de lo que pudo ser y no fue. Al fin y al cabo estaba acostumbrado, no sería ni la primera ni la última vez que las ganas de mantenerme al lado de una mujer se hubiesen esfumado. Desde que se vino abajo el proyecto de familia que un día dibujé, aún no he levantado cabeza y sobrevivo a duras penas, ilusionado por el amor a las BH y el cariño de mis hijos que cada vez se alejan más. Uno de mis primeros objetivos durante todos estos años ha sido encontrar esa compañera que sepa compartir mis inquietudes, no me importa renunciar a la carga de egoísmo que haga falta ni de perder para siempre ese bigote que disimula la cicatriz que me marcó la infancia. Todo eso me da igual. Quiero ser feliz y sin saber en el fondo que significa eso, si he tenido la oportunidad de saber durante estos años de soledad, que significa encontrarte en el escalafón más alto de la pirámide.
Por eso entiendo a Raquel y por eso creo que podemos entendernos, porque llevamos trayectorias parejas, porque ella y yo venimos de recorrer un mismo camino y aunque es una situación cotidiana, que se repite con la mayoría de la gente que conoces, cuando miras fijamente a los ojos de la otra persona, descubres cuales pueden ser sus intenciones y yo he visto en los ojos de esa mujer algo que no había visto hasta ahora. Y me gusta lo que veo, pero tengo miedo de ser un adelantado, de provocar una reacción que se puede volver contra mí. Lo que he leído hasta ahora me hace concebir esperanzas aunque mantiene las espadas en alto respecto a mis inquietudes. ¿Debo volver a mover el reloj del tiempo?. ¿Seguro que estoy viendo lo que veo o mi estado de enamoramiento es tal que me hace ver visiones?. El próximo domingo está tan lejos que me siento sin fuerzas para tratar de impedir un segundo salto mortal. Agarro el ratón con decisión y al pinchar el calendario, la pantalla se puso negra y me quedé con dos palmos de narices. No me atreví a seguir, aquello quería decir que era mejor dejar las cosas como estaban y pensar en los momentos vividos, saborear con ilusión el presente y dejar de especular con ese futuro que ya llegaría en su momento. Pasaron unos días ¿cuántos fueron?. Seis; sí eso es, fue algo menos de una semana, porque entre mi atrevimiento a mirar en el ordenador y la llamada telefónica tan solo había transcurrido una salida dominical, que es como yo me oriento en esto de saber en el día en que vivo. Suelo contar los días según los sitios donde vamos y también de la gente que ese día ha estado en la ruta.
Así que Raquel estuvo el domingo con nosotros, aunque en esta ocasión venía acompañada con otros amigos y me encontré algo perdido a la hora de acercarme a ella y a aquel muchacho de ojos claros que parecía no dejarla. Pero yo sabía lo que me había escrito en el mes de Marzo y jugaba con algo de ventaja, así que dejé seguir el curso de los acontecimientos, aunque con muchas ganas de alterarlos. Me llamó por teléfono al día siguiente, para ver sin concretábamos sobre la operación BH porque parecía decidida a incorporar uno de mis vehículos a sus dominios. Yo se lo puse difícil para que no terminase de buenas a primeras la negociación, aunque en el fondo me hubiese dado igual regalársela, lo que me interesaba es que se animase a pertenecer al club y que nos siguiésemos viendo. Le pedí tiempo, porque me quería basar en sus correos, a ver si encontraba alguna referencia al negocio y se me hacía menos duro el trance. Estuvo todo el rato encantadora y me aferré a la idea de que estaba ante la persona que tanto había deseado. Me entraron unas ganas tremendas de decirle cuatro cosas bien dichas, pero me contuve porque en un momento cruzó por mi mente la idea de volver a cambiar la fecha del ordenador.
Ya no sabía que era mejor ni peor, así que procuré no alargar demasiado la conversación telefónica, porque en cuanto colgase, ya estaba enchufado a la pantalla y yéndome al mes de Mayo a ver que había pasado entre nosotros. Tomé la precaución de dejar copia de mis correos en los días sucesivos por si tenía que poner en pie algo que no entendiese. Con toda la valentía del mundo, pinché en el icono correspondiente, y allí estaba el calendario dispuesto a que yo le dijese que día y que hora es la que me interesaba. Ni corto ni perezoso me fui al mes de Mayo e inicié los mismos trámites que la vez anterior, le di al buscador y me encontré con todos los correos que habíamos intercambiado desde Marzo hasta Mayo, aunque se ve que no fui fiel con lo de guardar mis escritos, porque apenas me encontré con cuatro de los muchos que supuestamente habría tecleado en ese periodo de tiempo. Me paré a leer como un loco y me fui dando cuenta de que las cosas habían cambiado y de que nos tratábamos con cariño pero manteniendo las distancias, descubrí que me hablaba de la existencia de otra persona y de que había rehecho su vida. No me conformé, me fui al mes de Abril y aunque me seguían fallando las misivas, podía deducir por las de ella cual era el estado de la situación. Mucho mejor, más emotivas, más llenas de poesía. Busqué, rebusqué y me preguntaba si no sería posible hacer lo mismo con las llamadas telefónicas, puestos a darle emoción es mucho más interesante escuchar su voz.
Mi paciencia tuvo el éxito deseado y me encontré delante de un texto que era todo un alegato de enamoramiento, derrochaba palabras llenas de amor, describía una escena que no podía suponer ni en la mejor de las situaciones: habíamos estado juntos en un lugar paradisíaco, viviendo momentos de entrega total del uno para con el otro. Mencionaba mi cuerpo como si lo conociese desde mucho tiempo atrás y me regalaba el oído con unas frases que jamás podría sospechar que se pudiesen decir de una manera tan tierna. Raquel sin duda alguna estuvo en mis brazos y con ella disfruté de algún momento irrepetible. Aquel texto no dejaba huecos a la incertidumbre. En ese momento me di cuenta que había llegado la hora de dejarme de especulaciones y zarandajas. Era duro imaginar lo que podía haber ocurrido, luego de ese supuesto encuentro, pero estaba claro que unos meses después existía otra persona y ella parecía encontrarse a gusto con esa situación. Y al fin y al cabo soy mayor que ella y tampoco estoy demasiado a disgusto con la vida que llevo. Es bonito pensar en otra forma de vivir e incluso en intentar cambiar sobre todo ante la presencia de mujeres como Raquel, pero bueno tampoco le voy a poner un cero a mi existencia; se que la gente me quiere, que estoy bien considerado, que siempre que cojo el teléfono o el pc, hay alguien dispuesto a intercambiar conmigo unas palabras, a tomar un café o a salir un fin de semana. Estar junto a alguien es una idea fantástica, pero debo seguir luchando para estar que me salgo, conmigo mismo; luego Dios proveerá. Si el destino me tiene reservado para los últimos años de mi estancia mundana, una vida sin la presencia de otra persona ¿qué le vamos a hacer?. Eso si, los minutos de gloria que me tiene destinado Raquel pienso disfrutarlos a partir de ahora como si fuese la joya de la corona que ha llegado a mi poder por inspiración divina.
A través de Yahoo!.Correo España, me llegaban a diario comunicaciones, que contestaba o no, según fuese el caso, pero que de cualquier forma me resultaban indiferente, más cuando fue aumentando el número de misivas que nos intercambiamos, porque no había manera de que nos pusiésemos de acuerdo en el negocio de las BH, comencé a darme cuenta de lo que me decían los demás y de que me estaba enamorando de la persona que estaba al otro lado de la nebulosa informática. Tenía un pellizco en las tripas que me hacían sentirme vivo, y unas ganas enormes de ponerme delante del teclado, para preguntar cualquier cosa para enseguida especular con algunas de sus respuestas o frases espontáneas. ¿Porqué me habrá dicho en lo que trabaja?. ¿Qué querrá decir con eso del cine?. Antes no me decía ni hola, y ahora me desea hasta que tenga un buen día. Yo le voy a mandar mi número de teléfono a ver si me llama, que tengo ganas de escuchar su voz, ¿o debería llamarla yo?. Con estos datos en la coctelera, me daba perfecta cuenta que lo de menos era ya el asunto de las bicis, y tanto ella como yo andábamos jugando al ratón y al gato sin decidirnos a dar el paso siguiente. Teníamos miedo y eso se notaba, no en vano nuestras trayectorias vitales pasaban por sendas separaciones matrimoniales, y además había hijos de por medio. Sus cartas, una vez leídas en la pantalla del ordenador, las imprimía para luego, con toda la parsimonia del mundo, leerlas y tratar de sacarle punta a cada una de sus palabras o frases. Fecha: 22 de Noviembre. De: Maribel@yahoo.es. Para: Juan. Asunto: bicis “Gracias por mandarme la información relativa... respecto a la adquisición de la bicicleta, aún no tengo decidido que voy a hacer porque mis hijos siempre vienen conmigo y necesitaría también...y ya por último te diré que estuve el miércoles pasado con mi amiga Luara viendo un película francesa en versión original, que me gustó bastante porque...Un saludo R.I.”. ¿Porqué me sentiré más inquieto cuando llega una carta firmada por una mujer?. Ya no es hora de hacerse tantas preguntas – me dije -, y aprovechando un excusa que tenía que ver con el tiempo, me decidí a marcar su número de teléfono y a convencerme de que era la misma Raquel que escribía con tanta ternura aquellas misivas interactivas.
El corazón me dio un vuelco y por poco si se me sale del pecho, cuando comprobé la dulzura de su voz y el timbre sonoro de sus palabras. Era la misma, no había duda, me sabía sus textos casi de memoria de tanto como los repetía cuando me metía en la cama, o cuando mi mente quedaba un momento libre de otras ocupaciones. Si el sábado continuaba lloviendo tendríamos que descartar la ruta prevista, esa era la regla que teníamos en el club, pero siempre cabía la posibilidad de un claro, de que las nubes fuesen benévolas con mis sentimientos y me permitieran conocer a esa mujer que estaba instalada en mí, mucho antes de conocerla. Pensé en mis hijos, en como afrontaría el trago de tener que decirle algo, pero como ella tenía otros dos, suponía que también habría pensado en esto y que ya le encontraríamos alguna salida. En estos momentos eso no era lo prioritario, lo que me corría prisa era asegurarme de que el domingo por la mañana iba a hacer buen tiempo, o al menos lo suficientemente bueno para que ella no se echase atrás y dejase su primer día de encuentro para otro momento.
Bajé a comprar la prensa, consulté con Florenci Rei, con el INM en internet y esperé hasta las 15,55 en la televisión española para cotejar todos los datos. Cuando hablase con ella de nuevo, tenía que asegurarle que iba a haber marcha ciclista. Y la hubo. Estábamos los de siempre que junto a ella y uno de sus hijos constituimos un pelotón de siete valientes dispuestos a disfrutar de un día de lujo en la campiña. Su cara, sus gestos, su mirada... todo quedó impreso en mi mente como una dulce canción melódica que a partir de ese momento no olvidaría jamás. A pesar de las amenazas de agua amaneció un día limpio de nubes que auguraba lo que luego fue: pedaleábamos a placer por la vía verde y recogimos todos los efluvios que emanaba un campo recién regado. Había alcornoques a los que nos abrazábamos todos para tratar de sacarles el secreto de su longevidad, arroyos que cruzábamos a pie por temor a una caída, fotografías en los sitios más inverosímiles y toda una carga de esperanza para que nada se torciera, para que todo saliera bien y aquel primer encuentro no pasase sin pena ni gloria. Un beso de despedida, una noche sin dormir y unas ganas tremendas de volver al ordenador a comprobar el correo electrónico para ver si llegaba alguna foto, para tratar de encontrar en una imagen congelada la respuesta a lo que tan sólo el tiempo puede aclarar. Había sido una jornada tan espléndida, que parecía impensable que el día siguiente fuese a ser una paso atrás en la relación amistosa que ya se había iniciado, que ya había tomado forma.
Tal vez me hubiera hecho demasiadas ilusiones, ante esa mujer que apenas conocía, y de la que ni siquiera sabía si tenía interés en mantener la amistad, pero yo estaba lanzado y no había quien me pudiese convencer de lo contrario, así que tenía claro cual era el enemigo a vencer: el tiempo, no el atmosférico que para eso ya contaba con bastantes ayudas para estar orientado. El tiempo que marcaba el paso de las distintas fases lunares, y con el que yo me tenía que coaligar para tener una respuesta a mis inquietudes. Sentado ante la pantalla del ordenador a la espera de esa misiva que no llegaba, se me ocurrió cambiar la fecha y decirle al pc, que ese día era tres de marzo del año siguiente, a ver que pasaba. Cual fue mi sorpresa al comprobar que de repente se reinicia, y cuando termina de hacer un montón de monerías, aparece ante mis ojos una ventana algo cambiada, pero en la que se reconoce perfectamente el anagrama de Yahoo. Comienzo a investigar y llego a los correos por abrir. Ahí estaban acumulados todos aquellos que nunca tocaba por temor a los virus o a tener que contestarles, pero si de verdad estábamos haciendo ciencia-ficción y nos encontrábamos en la fecha que yo había introducido, lo que a mí me interesaba buscar eran los correos de Raquel que seguro que los habría leído ya. Puse el puntero en el lugar adecuado y fueron desfilando unos y otros, casi sin echarles cuenta a ninguno, porque el único que me interesaba era el que pusiese Maribel@yahoo.es. Cuando di con el primero salté del asiento, miré la fecha, la hora, me fijé en todos los detalles y no había duda: estábamos en marzo y era ella, era Raquel Iglesias. Leí la palabra Asunto: pero me tuve que levantar, irme a la cocina, y tomarme un vaso de agua porque no me atrevía a seguir leyendo. Cuando regresé salté sin mirar el contenido del Asunto y me fui directamente al texto del mensaje. No podía más, tenía que saber de inmediato que decían aquellas líneas que supuestamente me había escrito tres meses después de la fecha en la que me encontraba. Leí sobresaltado, sin hilazón, mezclando frases y quedándome sólo con las palabras sueltas. Buscaba lo que nunca había tenido oportunidad de leer viniendo de ella o de escuchar de sus labios. Encontré palabras cariñosas, pero ninguna lo suficientemente ilustrativa como para convencerme de que para esa fecha las cosas estaban saliendo a pedir de boca.
Me calmé y fui leyendo el texto de forma ordenada, de la primera a la última palabra. Era evidente que sus palabras transmitían ternura, y que entre ella y yo se había establecido algún tipo de relación que nos mantenía unidos, pero enseguida me asaltaron unas cuantas dudas y volví a inquietarme. ¿Hasta donde llegaba esa relación?. ¿Eramos amigos o había algo más?. Decidí poner en la casilla de Buscar su nombre y apellidos y enseguida se desplegaron una serie de correos ordenados por fechas, que fui leyendo detenidamente hasta tratar de convencerme de cual era el estado de nuestra relación después de transcurridos esos meses. Todo lo que leía me indicaba que seguíamos igual que ese primer día que nos conocimos, sólo que con un grado de amistad más acentuado. No obstante hubo uno que me llamó poderosamente la atención y al que volví nada más terminar de leerlos todos: se trataba de un texto intimista donde me confesaba lo tortuoso de su relación anterior – fruto de la cual tenía dos hijos – y de lo sola que se encontraba porque sabía que aún era joven, y no le había llegado el momento de tirar por la borda nada. Tenía un trabajo con el que estaba contenta y con el que se ganaba la vida, tenía amigos y tenía a sus hijos que era lo que realmente le daba fuerzas para seguir luchando cada día. Al fin y al cabo si una relación amorosa no sale bien, tampoco se acaba el mundo; ella seguía en su casa y tan sólo había cambiado la ausencia del padre de sus retoños, pero eso era algo que se veía venir. Por un momento deduje que se estaba sincerando conmigo como tal vez no lo hubiese hecho con nadie.
Yo no suelo guardar los correos que escribo, así que ignoraba mis respuestas, me comía la moral no saber por donde se había ido tejiendo la trama. Tenía que seguir leyendo más despacio para no equivocarme en mis deducciones, y sobre todo debería obtener provecho de esta situación para la próxima vez que tuviese oportunidad de verme cara a cara con ella. Ya quisieran muchos enamorados mirar en el espejo mágico, o en la bola de cristal para poder prevenir las meteduras de pata, que a menudo se cometen, y que tanto pesan a lo largo de la vida. Yo me encontraba ante esa bola de cristal, que me estaba dando las claves de una relación que sabía como había empezado, intuía como había discurrido pero de la que no quería saber si había terminado o no. Para ello tan sólo tenía que volver a adelantar la fecha del ordenador y me daría cuenta si Raquel seguía formando parte de mi vida y si la situación de partida tan sólo fue un espejismo de lo que pudo ser y no fue. Al fin y al cabo estaba acostumbrado, no sería ni la primera ni la última vez que las ganas de mantenerme al lado de una mujer se hubiesen esfumado. Desde que se vino abajo el proyecto de familia que un día dibujé, aún no he levantado cabeza y sobrevivo a duras penas, ilusionado por el amor a las BH y el cariño de mis hijos que cada vez se alejan más. Uno de mis primeros objetivos durante todos estos años ha sido encontrar esa compañera que sepa compartir mis inquietudes, no me importa renunciar a la carga de egoísmo que haga falta ni de perder para siempre ese bigote que disimula la cicatriz que me marcó la infancia. Todo eso me da igual. Quiero ser feliz y sin saber en el fondo que significa eso, si he tenido la oportunidad de saber durante estos años de soledad, que significa encontrarte en el escalafón más alto de la pirámide.
Por eso entiendo a Raquel y por eso creo que podemos entendernos, porque llevamos trayectorias parejas, porque ella y yo venimos de recorrer un mismo camino y aunque es una situación cotidiana, que se repite con la mayoría de la gente que conoces, cuando miras fijamente a los ojos de la otra persona, descubres cuales pueden ser sus intenciones y yo he visto en los ojos de esa mujer algo que no había visto hasta ahora. Y me gusta lo que veo, pero tengo miedo de ser un adelantado, de provocar una reacción que se puede volver contra mí. Lo que he leído hasta ahora me hace concebir esperanzas aunque mantiene las espadas en alto respecto a mis inquietudes. ¿Debo volver a mover el reloj del tiempo?. ¿Seguro que estoy viendo lo que veo o mi estado de enamoramiento es tal que me hace ver visiones?. El próximo domingo está tan lejos que me siento sin fuerzas para tratar de impedir un segundo salto mortal. Agarro el ratón con decisión y al pinchar el calendario, la pantalla se puso negra y me quedé con dos palmos de narices. No me atreví a seguir, aquello quería decir que era mejor dejar las cosas como estaban y pensar en los momentos vividos, saborear con ilusión el presente y dejar de especular con ese futuro que ya llegaría en su momento. Pasaron unos días ¿cuántos fueron?. Seis; sí eso es, fue algo menos de una semana, porque entre mi atrevimiento a mirar en el ordenador y la llamada telefónica tan solo había transcurrido una salida dominical, que es como yo me oriento en esto de saber en el día en que vivo. Suelo contar los días según los sitios donde vamos y también de la gente que ese día ha estado en la ruta.
Así que Raquel estuvo el domingo con nosotros, aunque en esta ocasión venía acompañada con otros amigos y me encontré algo perdido a la hora de acercarme a ella y a aquel muchacho de ojos claros que parecía no dejarla. Pero yo sabía lo que me había escrito en el mes de Marzo y jugaba con algo de ventaja, así que dejé seguir el curso de los acontecimientos, aunque con muchas ganas de alterarlos. Me llamó por teléfono al día siguiente, para ver sin concretábamos sobre la operación BH porque parecía decidida a incorporar uno de mis vehículos a sus dominios. Yo se lo puse difícil para que no terminase de buenas a primeras la negociación, aunque en el fondo me hubiese dado igual regalársela, lo que me interesaba es que se animase a pertenecer al club y que nos siguiésemos viendo. Le pedí tiempo, porque me quería basar en sus correos, a ver si encontraba alguna referencia al negocio y se me hacía menos duro el trance. Estuvo todo el rato encantadora y me aferré a la idea de que estaba ante la persona que tanto había deseado. Me entraron unas ganas tremendas de decirle cuatro cosas bien dichas, pero me contuve porque en un momento cruzó por mi mente la idea de volver a cambiar la fecha del ordenador.
Ya no sabía que era mejor ni peor, así que procuré no alargar demasiado la conversación telefónica, porque en cuanto colgase, ya estaba enchufado a la pantalla y yéndome al mes de Mayo a ver que había pasado entre nosotros. Tomé la precaución de dejar copia de mis correos en los días sucesivos por si tenía que poner en pie algo que no entendiese. Con toda la valentía del mundo, pinché en el icono correspondiente, y allí estaba el calendario dispuesto a que yo le dijese que día y que hora es la que me interesaba. Ni corto ni perezoso me fui al mes de Mayo e inicié los mismos trámites que la vez anterior, le di al buscador y me encontré con todos los correos que habíamos intercambiado desde Marzo hasta Mayo, aunque se ve que no fui fiel con lo de guardar mis escritos, porque apenas me encontré con cuatro de los muchos que supuestamente habría tecleado en ese periodo de tiempo. Me paré a leer como un loco y me fui dando cuenta de que las cosas habían cambiado y de que nos tratábamos con cariño pero manteniendo las distancias, descubrí que me hablaba de la existencia de otra persona y de que había rehecho su vida. No me conformé, me fui al mes de Abril y aunque me seguían fallando las misivas, podía deducir por las de ella cual era el estado de la situación. Mucho mejor, más emotivas, más llenas de poesía. Busqué, rebusqué y me preguntaba si no sería posible hacer lo mismo con las llamadas telefónicas, puestos a darle emoción es mucho más interesante escuchar su voz.
Mi paciencia tuvo el éxito deseado y me encontré delante de un texto que era todo un alegato de enamoramiento, derrochaba palabras llenas de amor, describía una escena que no podía suponer ni en la mejor de las situaciones: habíamos estado juntos en un lugar paradisíaco, viviendo momentos de entrega total del uno para con el otro. Mencionaba mi cuerpo como si lo conociese desde mucho tiempo atrás y me regalaba el oído con unas frases que jamás podría sospechar que se pudiesen decir de una manera tan tierna. Raquel sin duda alguna estuvo en mis brazos y con ella disfruté de algún momento irrepetible. Aquel texto no dejaba huecos a la incertidumbre. En ese momento me di cuenta que había llegado la hora de dejarme de especulaciones y zarandajas. Era duro imaginar lo que podía haber ocurrido, luego de ese supuesto encuentro, pero estaba claro que unos meses después existía otra persona y ella parecía encontrarse a gusto con esa situación. Y al fin y al cabo soy mayor que ella y tampoco estoy demasiado a disgusto con la vida que llevo. Es bonito pensar en otra forma de vivir e incluso en intentar cambiar sobre todo ante la presencia de mujeres como Raquel, pero bueno tampoco le voy a poner un cero a mi existencia; se que la gente me quiere, que estoy bien considerado, que siempre que cojo el teléfono o el pc, hay alguien dispuesto a intercambiar conmigo unas palabras, a tomar un café o a salir un fin de semana. Estar junto a alguien es una idea fantástica, pero debo seguir luchando para estar que me salgo, conmigo mismo; luego Dios proveerá. Si el destino me tiene reservado para los últimos años de mi estancia mundana, una vida sin la presencia de otra persona ¿qué le vamos a hacer?. Eso si, los minutos de gloria que me tiene destinado Raquel pienso disfrutarlos a partir de ahora como si fuese la joya de la corona que ha llegado a mi poder por inspiración divina.
lunes, 17 de octubre de 2016
Los que no pasaron el corte (9)
OPERACIÓN JAZMÍN
Una tarde aborregada del mes de Mayo me encuentro mirando por la ventana de mi habitación las distintas formaciones nubosas, tratando de darle una explicación lógica al tremendo calor de Sevilla, cuando observo un movimiento desacostumbrado en la calle ,de coches de policía que distraen mi mente. Cualquier tarde de este maldito mes que llevamos sufriendo es la mar de distraído, si permaneces un rato mirando por la ventana, pero lo de hoy no es normal, aquí se ve mucho movimiento de gente con uniforme y walkitalkis con ronquera. Comienzo a olvidarme de mis experimentos caseros para solucionar los rigores del mes, y me fijo en el movimiento de gente para ver que se guisa en la calle que tengo tan próxima; me dan ganas de ponerme un pantalón y salir a dar una vuelta, porque la curiosidad me corroe, pero me reprimo porque tengo ciertas dudas sobre si seré bien recibido. ¿Pero qué digo? Pues no que parece que ando por el mundo indocumentado. ¿Qué me iba a pasar a mí? Este es un país libre y como ciudadano puedo pasear por la calle, salir y entrar de mi bloque, encender y apagar la luz de la escalera, bajar la basura o irme a tomar una copa en el bar. ¿Quién me va a impedir a mí eso? Puede tratarse de una operación de esas que llaman de limpieza, que tanto salen en los periódicos y que luego la bautizan como operación tal y operación cual, pero a mí eso que me importa. Mi vecino de al lado, él sabrá los líos en los que ande metido, que yo lo veo entrar y salir con maletas; eso sí de tarde en tarde, puede que sea viajante la criatura ¿porqué no? A mi no me da lata ninguna, y en el poco tiempo que llevo por aquí, lo único que hace de vez en cuando es un ruido en la pared del comedor, como si estuviese atornillando o desatornillando algo, a la altura de la toma de la televisión, que cualquier día me da la impresión que va a aparecer la punta de la herramienta por mi pared. ¿A lo mejor desconfía de los bancos, y resulta que tiene allí guardado sus ahorrillos? Vaya usted a saber, hoy día hay gente tan rara por ahí, aunque yo nunca he llegado a verles la cara, tan sólo puedo hablar de las maletas, que esas si que las he visto, y la verdad no me parecen nada sospechosas. Al margen de esta familia, cuyos movimientos desconozco, no observo en el bloque ningún otro asunto que pudiera ser como para estar preocupados, y como además yo sé que tampoco estoy metido en ningún lío, no tengo porque sentir desasosiego por el montaje de la calle, por muchas luces azules que se reflejen en los escaparates, no me parece más que un circo el espectáculo reinante. Además todo parece indicar que gira en torno al tráfico, porque fijándome bien, a quienes están parando es a los vehículos que circulan por la calzada, lo mismo da que se trate de una moto como de un camión de transporte. ¿Qué buscarán? Cada vez me reprimo menos las ganas de bajar al ruedo para ver el espectáculo de cerca, como me corroe la curiosidad. Mira la policía aquella de la coleta, con el walki en una mano y con la otra diciendo pa cá y pa llá, parece una jefecilla: ya me lo decía mi parienta “el día que subamos las mujeres al poder, os vais a enterar los machos”. Ya nos estamos enterando: yo aquí comiéndome la moral con la incertidumbre de esta operación jazmín, o como quiera que se llame, y ella en el cortinglés empapándose de las últimas novedades, total para ponerme los mismos pantalones cada vez que rebusco en el armario. Yo estoy seguro que aquí pasa algo, porque a esos dos de la furgoneta los tienen pregunta que te pregunta, desde hace media hora y la de la coleta no deja de gesticular con los brazos. Hay policías con toda clase de uniformes. ¿Irá a pasar el rey por aquí en una visita a los barrios?¿Quién sabe? Como esas cosas son siempre de sorpresa. Pero a mí me da que aquí pasa algo gordo, de terrorismo, drogas o trata de negras, porque esta movida no se ve muy a menudo, o a lo mejor nos hemos venido a vivir al barrio donde hacen las prácticas los polis de academia. Tengo que terminar el trabajo que tengo en el ordenador, pero es que cuesta lo suyo separarse de la ventana: ahí están todavía los de la furgoneta, y un poco más adelante tienen parados a dos motoristas, que me da la impresión que van a tener que dejar las motos en prenda. Menudo lío; claro, la gente llega a la rotonda y cuando pretenden tomar la avenida, ahí se encuentran con el filtro, que no deja pasar ni una y a doscientos o trescientos metros, que yo con estas cosas me lío mucho, otro control para detener a los que vienen en sentido contrario. El que lleve prisa que se vaya olvidando de llegar temprano a donde quiera que fuere, porque aquí entre unas cosas y otras se le va un tiempecito. Además, ahora que me fijo, allá más lejos en la avenida tienen colocado otro vehículo policial, que impide al que llega hacer ninguna maniobra de retroceso y los que se incorporan por las calles adyacentes caen todos. Pues si que se lo tienen bien montado, estoy por llamar a la parienta para que no se asuste al llegar, porque esto va para largo, desde luego el que estuviese aburrido en su casa y no tuviera otra cosa que hacer —que no es mi caso—, se lo están pasando bomba con el espectáculo ¡que entretenido! Aunque me imagino que en más de un piso estarán temblando, por si llaman al timbre, como no se sabe qué buscan y por aquí hay tanta gente sin papeles, supongo que estarán rezando para que acabe pronto la movida. Ellos si que lo tienen difícil, porque salir a la calle para escapar puede complicar las cosas, y esperar a que pase la tormenta puede resultar un infierno. Los líos de los papeles, pero ¿qué van a hacer las criaturas si no tienen otra forma de ganarse la vida?¿A quién le va a gustar marcharse tan lejos? Nosotros tuvimos que emigrar en su día, pero la mayoría nos fuimos cerquita: el Norte, Francia, Alemania y además con los papeles en regla. Ahora cogen a cualquiera ahí en la calle, o en un piso, sin documentar y ya tenemos el follón. Detener, detener, parece que no detienen a nadie, es cosa más de papeles que estén en regla, porque la grúa sí que está trabajando y ha cargado ya con un coche y unas cuantas motos, yo no sé como puede andar la gente tan tranquila por ahí de esa forma, pero si se vive más tranquilo teniendo los papeles arreglados, pero claro, también hay quien dice que, hasta donde vamos a llegar con tantos requisitos, que se lleva uno toda la vida fichando. Ya me estoy poniendo nervioso con tanto movimiento policial, yo voy a colocarme algo por encima y estoy en la calle empapándome de lo que pasa, que me voy a tener que comer las uñas, yo que nunca me los como. Eso sí, aquí al menos, en este bloque no se está escuchando nada raro, debe ser por otro sitio o a lo mejor es cosa sólo relacionada con el tráfico. Mi otro vecino el del A, el señor que está más pendiente de todas las cosas del bloque, me dice que a lo mejor es buen momento para decirles a los policías lo que no encontramos el otro día con esas marcas en la pared, que según dicen la hacen los rumanos para indicarse unos a otros las casas que pueden ser interesantes de ser limpiadas. A mi me parece una exageración, yo desde luego no seré quien salga ahí fuera a plantear nada, como si esto fuese una cuestación para recabar sospechas de robo, intuición de malos tratos, o peligro de escape de gas; esto es algo más serio, sí ya se ve que no dejan de pasearse de un lado a otro. En fin, que no lo pienso más y allá que me voy, ¿Pero? Si mi intención era bajar a la calle ¿qué hago subiendo la escalera? ¡Ay Díos mío que esto comienza a oler mal!. Lo cierto es que me ha entrado el gusanillo morboso de ver desde la azotea todo el espectáculo, porque desde allí la vista es más panorámica que en mi ventana. Como siempre me leeré el cartel que puso el verano pasado mi vecino el del A, el señor que se ocupa de todo. Mira que ponerse a hacer barbacoas en la azotea, si es que estos inmigrantes, a veces tienen cosas de indígenas. Me da la impresión de que no voy a estar solo contemplando el numerito de las luces azuladas, aquí hay más gente, porque la puerta está abierta y normalmente siempre está cerrada y en efecto allí está el vecino del 2ºB, que siempre me da los buenos días, aunque sea de noche, yo le sigo la corriente, total a mi que más me da si yo se el día que vivo, la criatura tendrá algún tipo de trastorno y se ha quedado en el bueno días, debe ser cosa de la jubilación, creo yo, es que ahora con esto de jubilarse a tan temprana edad, da tiempo hasta de que se te vaya la cabeza cuando menos te lo esperas, porque el hombre no parece tan mayor. ¡Oye!, pero si se está yendo a la azotea del bloque 14: ¡Oiga, buenos días!
—¿Hola vecino? Venga conmigo que voy a hacer una visita.
Me asomo con disimulo al filo de la calle y veo el montaje
tal y como me imaginaba desde una perspectiva aérea. No me da tiempo a los
detalles, porque mi vecino está empeñado en que le acompañe en sus andanzas
gatunas. Cambiamos de bloque y comenzamos a bajar la escalera hasta la tercera
planta, donde nos espera en la puerta del 3ºC, una señora bastante entrada en carnes, que
con una sonrisa voluptuosa nos invita a que entremos en su casa. Más cortado
que una poda otoñal, sigo a mi vecino y a la tal señora hasta el balcón
terraza. ¿Porqué no tendré yo terraza en mi piso, si yo también soy un C?
Tendré que preguntárselo a la parienta cuando vuelva del cortinglés. ¿A ver que
nos quiere enseñar la dama, pero si desde allí arriba era donde se veía todo
con más claridad?, debe ser cosa de los kilos, mi vecino está canijo, pero la
señora del bloque 14 está que no entra en báscula ¡que brazos! Mejor será que
deje de ser criticón y me asome al exterior porque del salón y la cocina no
quiero ni fijarme en detalles, cuánta horteridad. Que me pelen el bigote si no
es cierto lo que estoy viendo: ¿Dónde están los policías? ¿Y la grúa? ¿Y la
movida que hace un segundo acabo de ver desde la azotea? Me voy corriendo antes
que me vuelva loco, por mi madre de mi alma, que no es posible que haya
desaparecido todo en tan poco tiempo. Y no ha desaparecido. Allí está el de la
furgoneta y la jefa de la coleta y el de la moto y éste es el bloque 13, porque
acabo de cambiar de azotea y estoy mirando en la misma dirección que desde el
balcón de la gorda, porque el contenedor de papeles medio quemado lo he visto
también desde allí y la
Mercería Toñi y juraría que hasta ese señor del bañador
floreado. Ya estoy otra vez con mi vecino y sus amigos porque esto lo tengo yo
que aclarar antes que llegue mi parienta. ¿Pero porqué se comunicarán por la
azotea si al fin y al cabo hay que subir y bajar los mismos escalones? Míralos,
ahí siguen charlando, espero que no me hagan muchas preguntas, diré que me
olvidé arriba cualquier cosa.
—Venga vecino, que se va a perder lo mejor.
Y lo mejor, según el criterio de mi vecino, es contemplar
como unos mozalbetes colocan una papelera boca abajo en lo alto del contenedor
semiquemado, y la hacen ascender como un cohete a base de prender petardos en su
interior. Casi no doy crédito a mis
ojos, ni un solo policía, ni una solo luz azulada, ni nada que se parezca a lo
que veía desde mi piso o lo que acabo de ver desde la azotea del bloque 13, que
está pegada a la azotea del bloque 14. Es la misma calle, no me cabe duda, no
llevo mucho tiempo en la zona pero soy bastante espabilado para darme cuenta
que no estoy soñando, que veo lo que veo, que el escenario es el mismo pero los
personajes son distintos, o al menos la trama lo es. Seguro que si miro desde esta
azotea veré el numerito de fuegos artificiales y si me voy a la mía, allí
estarán los policías. Y no quiero ni plantearme que panorámica ofrecerá el
bloque 12, al que también se puede acceder fácilmente desde el 13. ¿Tendrá
entrada libre mi vecino? Ya puestos más vale estar al tanto de todo lo que
ocurra. Será mejor que les siga la corriente y no diga nada, porque me da la
impresión que tendré que ser yo mismo quien descubra el misterio de lo que aquí
esté pasando. La misma calle, los mismos árboles, los mismos
escaparates...tendré que saltar al bloque 12 a buscar la solución a este misterio. A ver
si mi vecino se decide a dar por terminada la visita. No les quiero entrar al
trapo de la conversación que se traen entre manos, a ver si se aburren y nos vamos.
Podría irme, pero si bajo a la calle puedo perderme la oportunidad de indagar
en este misterio y andar haciendo el gato en solitario, no lo considero
oportuno si me descubren, así que aguantaré. Ya parece que la gorda tiene ganas
de despedida, espero que mi vecino vuelva por el mismo camino y no se le ocurra
otro cambio, porque entonces si que me las tendré que apañar en solitario. Esta
mujer le está haciendo gestos a alguien de ahí abajo, un tipo rubio de coleta y
brazos de legionario, ah claro, debe ser su marido o algo por el estilo, ya los
he visto otras veces juntos. Qué despistado soy. Claro si está a la espera de
recoger al niño, que era uno de los que tiraban petarditos. Mi vecino me mira,
así que eso quiere decir algo y espero que ese algo sea que nos vamos, porque
como se enrolle ahora con el rubiales, yo me abro, que estoy ya que no vivo. Me
vuelve a mirar y dice:
—¿Nos vamos?
—Lo que usted diga, vecino.
Por fin estamos de nuevo en la azotea del bloque 13, miro
como sin querer la calle y allí sigue todo el despliegue policial, y por
supuesto ni rastro de la pandilla de los petardos. Mejor será que no me pare a
pensar, o terminaré haciendo el pino en el filo de la cornisa. Veamos las
intenciones de mi vecino, si vuelve escaleras abajo o se le ocurre alguna que
otra feliz idea. Parece buena gente, pero no le quiero comentar nada de lo que
estoy viendo, porque lo del saludo no me da buena espina, y hasta que yo no
tenga más claro que pasa aquí, mejor será que me calle y siga observando. Me
está contando una historia bastante triste con relación a la señora que
acabamos de visitar, a sus kilos y a esa criatura que tiene por hijo, que no
sabe ya que hacer con él, pero yo apenas salgo de si seguirle o no seguirle la
corriente, porque la mente no la tengo más que en lo que tengo, ahora me
gustaría dar el salto a la azotea del bloque 12, a ver si aclaro este
embrollo. Él sigue charla que te charla, me pregunta la hora, se la digo y por
fin dice lo que estaba deseando escuchar:
—Venga usted conmigo que vamos a visitar a un amigo.
Y de la misma forma que saltamos al bloque 14, ahora lo
hacemos al 12, pero en esta ocasión nos encontramos con que la puerta de acceso
a las plantas está cerrada, momento que yo aprovecho para de forma disimulada
asomarme al filo de la pared exterior, pero la voz de mi vecino me sorprende
una vez más invitándome a seguirle sin que pueda comprobar en que escenario me
encontraba, o si este bloque tiene otra vista distinta a los dos anteriores, a
pesar de que están correlativos los tres y me asomo siempre a la misma calle. Por ahora sigo con la
intriga, porque las artimañas de mi vecino son infinitas y ha conseguido abrir
la puerta merced a un artilugio que llevaba en el bolsillo, una especie de
alambre curvo, terminado en círculo que ha introducido por una pequeña ranura y
con un movimiento de muñeca ha enganchado el pestillo y la puerta se ha
abierto. Madre mía de mi alma. No sé por donde empezaré cuando tenga que
contarle todo esto a la parienta. En fin ya estamos otra vez escaleras abajo, a
ver ahora a donde me lleva este individuo al que apenas conozco, con el que tan
sólo he cruzado unos cuantos saludos y algunas frases sueltas relativas al
estado del tiempo, con lo tranquilo que estaba yo en mi casa escribiendo en el
ordenador, y escuchando al pacoibañez en la radio, pero claro hacía tanto
calor, la ventana estaba abierta para que entrase algo de aire y no tuve más
remedio que enterarme del murmullo de la calle y asomarme a ver que pasaba. Ya
estamos otra vez parados delante de una puerta, la del 2ºB. ¡Arrea!, pero si es
la frutera y yo con estos pelos. Menudo cuerpo tiene esta criatura, igualito
que la del 14. Y qué piel tan suave. Ahora si que ha acertado el vecino con la
visita, aquí si que no me importa a mi quedarme el tiempo que haga falta. A
debido decirme que clase de parentesco tiene con ella, pero ni me he enterado.
Qué cuerpo. Qué garbo. Nos invita a sentarnos y puede que sea capaz hasta de
ponernos una cervecita. No hay nada como convivir con vecinos competentes. ¿En
la terraza? Ahí está el tío. Mi vecino vuelve a mirarme fijamente, eso es señal
inequívoca de que quiere contarme algo y a mi que se me van los ojos por las
transparencias de la frutera, no se si podré contestarle algo en condiciones.
De todas formas tampoco puedo olvidar el objetivo número uno de mi presencia
aquí, por mucho que me pueda la carne, en cuanto traiga las aceitunas estoy
volviéndome de espaldas y prestando atención a la calle, que para esto estoy
aquí. Éste me está contando algo pero como la otra también anda metiendo baza,
aprovecharé el momento y... lo que me temía. Ni lo uno, ni lo otro: el
escenario ha vuelto a cambiar y ni están los policías, ni están los de la panda
del petardo. Ahora lo más llamativo es una malabarista con gorra de payaso que
aprovecha cuando el semáforo está en rojo para lanzar sus bolas ardientes al
aire y volverlas a recoger sin que toquen el suelo. Ahora si que estoy en un
lío, porque ni rastro de la movida policial, ni nada de nada y se ve que aquí
cada bloque va a su bola y esto parece una pantalla de televisión en la que uno
pudiera meterse. Ya sólo me faltaría que además desde cada piso la escena fuese
distinta, vamos eso ya no lo supera ni la CNN en versión española. La anfitriona se dirige
a mí y me comenta que esa criaturita de las llamaradas lleva toda la tarde con
el entretenimiento. Por si me quedaba alguna duda. ¿Y ahora con que me quedo?
Porque ya puestos a escoger y antes que vea delante de mí a los loqueros, más
vale que me decida por uno de lo tres escenarios, por ser algo coherente más
que nada. A lo mejor acierto y doy con la respuesta correcta y no llegan a
encerrarme. Y mi parienta en el cortinglés. ¿Qué hago, saco la conversación o
me la llevo a la tumba? Ya no me entusiasman ni los movimientos de la frutera,
tengo un sudor frío que me está comiendo la moral. Mi vecino parece que me va a
decir algo, pero mis condiciones físicas se deterioran por momentos, mejor será
que me levante y diga lo que sea, aunque me parece que lo que voy a decir es
que me encuentro mal y necesito volver a mi casa lo antes posible. Le doy un
beso a la frutera, le estrecho la mano al vecino y ya estoy cogiendo escaleras
abajo, tal y como quería desde un primer momento. Aquí en esta parte de calle,
justo a la espalda de ese escenario que aún no acabo de encuadrar se respira
tranquilidad, me voy a asomar a la esquina a ver si me entero de algo y ya
estoy en el tercero, que esto me temo es cuestión de acostarse y volverse a
levantar de nuevo y esperar que la cosa cambie.¡Arrea!, ahí está la de la
coleta paseando con otro guardia uniformado ¿qué hará por aquí? Nada, que sigue
la broma y a mí me van a volver locos entre unos y otros. Media vuelta y a
subir a casa, que entre otras cosas he dejado enchufado el ordenador y el
trabajo que me traía entre manos. Mi mujer aún no ha llegado porque la puerta
sigue con las dos vueltas de llave que yo le di cuando subí a la azotea. Y a
todo esto, vaya tela el pedazo de calor que está haciendo, que se nos van a
fundir los plomos en una de estas. Veamos, ¿por donde me quedé? ¿Qué le pasa
ahora al ratón que no aparece el puntero? No sé cuando terminarán de poner en
el mercado el reconocimiento de voz, uno llega, le dice lo que quiere a la
pantallita y a funcionar. Nada, que esto no va ni para atrás ni para adelante.
¿Ostia, pero si esa...? Por la madre que me trajo al mundo, sino acabo de ver
en la pantalla de este trasto a la gorda
del bloque 14. ¿En qué botón habré tocado? Esto tiene que ser con el Control y
el Alt, que es como se ven a aquí todas las cosas. Vamos a ello: dedo meñique
para el Control, el corazón para el Alt, con el índice ¿qué hago con el índice?
No sé, voy a probar dándole al tabulador. Y con la mano derecha lo intentaré
con los efe, que a mí siempre me ha picado mucho la curiosidad por saber para
que sirven tantas efes ¡la leche! Si parece que estoy en una clase autodidacta
de piano, pero la cosa es que lo hago como si me estuviesen guiando. ¡Ahí!. Ahí
está de nuevo la gorda y su marido y el pelirrojo que tienen por hijo, están
hablando, será cuestión de conectar los bafles. Se van, se dirigen a la puerta
y se van los tres y yo sin enterarme de nada. Sigo, F2, anda. Ahora tenemos en
pantalla a mi vecino el de los buenos días charlando con la de la coleta y el
uniformado, justo en el sitio donde ya me los encontré antes. ¿Porqué no se
escucha esto? Me voy a la cocina a preparar algo de comer o beber, porque no
hay manera de encontrar la clave de todo este lío que anda a mi alrededor, con
la caló que está haciendo. ¿Me llaman?¿He escuchado yo mi nombre salir de algún
sitio? Lo que me faltaba, alucinaciones. ¿A que hora cerrarán el cortinglés? Mi
vecino está en primer plano en la pantalla y me mira fijamente, algo me va a
decir. Que baje con él a tomarme una copa, que está ahí con unos amigos. ¿Qué
hago? ¿Contesto o me hago el sueco? Ahora parece que ya funciona el ratón. ¿Y
estas ventanas? Yo no había visto esto antes en una pantalla. ¿A que va a ser
de la web que estaba visitando? Lo dicho, aquí aparecen los tres escenarios que
he pisado hace unos minutos. Como tengo al vecino minimizado, voy a pinchar
ahora en la ventanita de la frutera, que a lo mejor también puedo hablar con
ella. ¡Digo, ahí está! Y está mirando por su terraza a la calle y se ve ni más
ni menos que lo que ella decía: la de las bolas de fuego. ¿Y si yo miro ahora
por mi ventana, que veré? Lo que me imaginaba: lo mismo que la frutera. Pincho
en la ventanita de la señora madre del pelirrojo y...¡voilá!...están cenando
los tres tan ricamente, Miro por mi ventana —la auténtica— y ¿qué veo?, los de los petardos haciendo volar
la papelera, eso si, para que no falte ningún detalle, el pelirrojo no aparece
ahora en escena ¡claro!, cómo está comiendo. No, si aquí está todo muy bien
pensado. Yo me acuesto del tirón, me encierro en la habitación y ahí que se
pudran todos; en la editorial que esperen unos días, porque con este ambiente
no hay forma de concentrarse en el libro de relatos que me encargaron.
martes, 27 de septiembre de 2016
El caso del yogur perdido
Así comienza este relato del libro Una parada obligatoria
El jefe se presentó en el recinto donde se encontraban los operarios, de
la mano de su ayudante más fiel. Al verle llegar, todos supieron que se trataba
de algún asunto importante, porque no era habitual verle esa cara, y menos a
esas horas. El ayudante estaba demasiado repeinado, como si aquello fuese una
visita protocolaria.
—Buenos días. ¿Os preguntaréis a qué he venido? —soltó así de golpe, nada más cruzar la
puerta —. Pues bien, el motivo de mi visita a esta hora, tan inusual en mí, no
es para sorprenderos en vuestro quehacer diario, que de eso no tengo queja
alguna, sino para aclarar qué ha pasado en la cámara en las últimas
veinticuatro horas, donde, según mis noticias, ha desaparecido un yogur.
—¿Un yogur? —contestaron varios
operarios a coro.
—Sí, un yogur. No me digáis que no sabéis nada, porque ha sido uno de
vosotros, precisamente, quien me ha contado lo sucedido.
—Ese ha sido el Damián, seguro —dijo
Pedro.
—En eso no vamos a entrar ahora, que es lo de menos. Lo importante, y
todos los sabéis, es que en el recuento de esta mañana faltaba un yogur, y ahí
están las firmas de los que habéis estado trabajando desde ayer a hasta esta
misma hora, que fue cuando se llevó a cabo el último conteo.
.../...
sábado, 10 de septiembre de 2016
Los que no pasaron el corte (8)
AQUELLA NOCHE
La
estancia es una azotea sin vistas al mar, pero con un grúa amarilla en forma de
cruz, a la que corona una alegre bandera con los colores de Andalucía. En una
antena cercana una pareja de tordos lanza agudos pitidos, y como fondo lejano
resuena el ronroneo del tráfico.
—Yo te
puedo decir que fue una puta la primera mujer que intentó que tuviese una
eyaculación. Los nervios me traicionaron y aunque se daban todas las
condiciones para que me hubiese corrido en un santiamén, aquello duraba tanto
que la mujer no tuvo más remedio que confesar, que iba a terminar por hacer que
se corriese ella antes que yo – decía el hombre.
—Cosa
bastante difícil por dos motivos: primero por tratarse de una fulana y luego,
porque las mujeres necesitamos algo más que un hombre encima para tener un
orgasmo –dijo la hermana.
—Sí, ya sé
está lo del amor, las caricias y todo eso pero como a los hombres (al menos los
aspirantes a serlo), tan sólo nos basta con una hembra medioqué, yo creía que aquello
era coser y cantar, luego del esfuerzo que me costó conseguir la pasta, que esa
es otra, pero en fin no es el tema. El asunto es que aquella mujer marcó un
tanto mi camino sexual, y nunca me la he podido quitar de la cabeza.
—Bueno,
eso es debido –intervino la profesional– a que en nuestra juventud, que es
cuando aparecen estas necesidades, igual que pasa con la niñez con otros
asuntos, se nos marcan determinados momentos en nuestro cerebro, que luego
pasado el tiempo vuelven a aparecer cuando se dan las circunstancias de cierto
paralelismo sincrónico.
—Pero
Freud dice que ya desde chiquitito tenemos tendencia a toquetear los órganos
genitales ajenos –interrumpió el amigo- . ¿Cómo dices que es en la juventud,
cuando aparece esa necesidad?
—Bueno
Freud decía algo parecido a eso con relación a la sexualidad, pero yo considero
que hasta que no se alcanza el orgasmo, no podemos estar hablando de unas
relaciones sexuales plenas. Digamos que en la infancia se van marcando las
pautas de lo que luego podemos conseguir de adolescentes.
—Tampoco
creo que se pueda considerar al orgasmo como unas relaciones sexuales plenas,
si no lo acompañamos de una serie de conductas que va desde una simple
caricia... –interrumpió el amigo.
—Bueno,
quizás no me he expresado bien. He querido decir el primer orgasmo, que es de
lo que estamos hablando, por supuesto que las relaciones sexuales plenas van
mucho más allá de eso, perdón por el lapsus –continuó la profesional.
—Retomando
a lo que íbamos –decía la hermana-, por mi parte tengo que decir que yo buscaba
la presencia de un chico, aprovechando los bailes en el club y notaba
claramente que me mojaba al son de Venecia sin ti y cosas por el estilo,
pero la primera relación sexual de verdad es que tardó en venir, porque las
mujeres una vez más, somos distintas a los hombres y no nos resulta fácil
acostarnos (por decir algo que se entienda), con alguien que no nos gusta,
esperamos más romanticismo en la acción, tal vez llevamos implícitas el miedo a
ser las perdedoras en caso de que algo salga mal, o tal vez nuestras madres nos
lavaban demasiado el coco con los asuntos de los embarazos y cosas por el
estilo. El asunto es que cuando yo me encontré con todo a mi favor para tener
una primera relación sexual, parecía que estaba viviendo una película y que no
podía salirme del guión, porque yo era la protagonista femenina, así que me
tocó refregarme por las esquinas con la pasión supliendo el miedo, sin un coche
que llevarme a la boca, porque en aquellos tiempos íbamos de pobres y con la historia
que nos marcábamos de la puntita nada más, cada vez iba notando que el pene
entraba un milímetro más, pero yo notaba algo por todo mi cuerpo que si no era
orgasmo, a mí me lo parecía según la experiencia posterior.
—Una
corrida a cuentagotas, podemos decir –dijo el hombre.
—Puede
ser. Con el paso del tiempo se consigue unas mejores condiciones y el asunto se
puede tratar de forma más relajada echándole, todo lo que hay que echarle –dijo
la hermana.
— ¿Qué es?
–preguntó el amigo.
—Hombre,
me refiero a marcar bien los tiempos y que las mujeres consigamos disfrutar del
acto en si, y que no sea sólo el hombre el que termina la faena. De todas
formas todo depende de la suerte que a cada cual le toca, es muy distinto que
tú consigas una pareja estable a que no lo tengas. Con tu pareja te podrá ir
mejor o peor, pero al menos siempre cabe la posibilidad de intentar ir
mejorando las cosas poco a poco, en cambio si lo que tienes son relaciones
esporádicas, por muchas ganas que tengas de follar, va a depender de cómo te
entiendas con la otra persona –dijo la hermana.
— ¿Y
cuando tienes la pareja estable y notas que no consigues que ella disfrute de
verdad? -preguntó el amigo.
—Que es un
caso muy corriente que le sucede a la mayoría de las mujeres, sino durante toda
su vida, al menos durante una buena parte de ella, lo que pasa es que se
callan, lo sufren en silencio y ya está. Pero eso más tarde o más temprano
puede terminar pasando factura y al final llegan las separaciones, porque en
una pareja donde el sexo no funciona, difícil es sacarla adelante. En otros
tiempos las mujeres callaban y con que el hombre se corriera de vez en cuando,
asunto solucionado, pero hoy día las cosas son muy distintas, la mujer es más
independiente, tiene tanto derecho como él a pasarlo bien en las relaciones
sexuales y por tanto exige –dijo la hermana.
—Pero,
digo yo ¿Por qué tiene que haber tanta parafernalia en torno al sexo? ¿Por qué
no se puede echar un polvo con alguien que te guste y ya está? -dijo el hombre.
— ¡Si
vamos, y luego si te vi no me acuerdo! ¡No hombre, no! Tiene que haber algo
más, digo yo, primero para llegar a echar ese polvo y luego que tiene que haber
una continuidad, no somos animales. La normal es que algo quede tras un polvo,
sino estaríamos hablando de lo que tú has contado de tu primera relación
sexual: uno que va a disfrutar y otra que se abre de patas para ganarse unos
euros -dijo la hermana.
—Bueno.
Vamos a ver –interrumpió la profesional-. La sociedad marca mucho y aunque
tengamos instintos animales básicos por los cuales nos protegemos, comemos,
dormimos y demás, de la misma forma buscamos a nuestra parte antagónica. Pero
claro, nos encontramos con el medio que nos rodea, que nos marca unas normas y
nos dice que para llegar a mantener unas relaciones sexuales plenas, es
necesario cubrir una serie de etapas, llámense noviazgo, flirteo o como
queramos llamarlas y todo porque eso es lo que hay a nuestro alrededor, lo que
nos han hecho ver nuestros antepasados, nuestra cultura occidental; en otras
partes las cosas funcionan de otro modo, pero en todos lados hay normas básicas
de comportamiento que los integrantes de esas culturas respetan.
—O no
–dijo el amigo.
—Sí, pero
entonces ya estaríamos hablando de otra cosa, no de sexo –dijo la profesional.
—Muy bien,
pero lo que yo quiero decir es que este asunto del folleteo tendría que ser más
fácil, algo semejante a lo que tú has dicho: comemos, dormimos, nos protegemos.
Todos cumplimos esas funciones y no hay problemas, en cambio para follar –dijo
el hombre.
—¡Claro
bonito! Porque es ese último caso tienes que contar también con la otra
persona, para lo demás puedes bastarte por ti solito, pero para follar como no
te hagas un solitario, ya me dirás –dijo la hermana.
—Puede ser
que la Madre Naturaleza tenga previsto ese detalle, y como anda por medio el
asunto de la perpetuación de la especie, éste extremo del sexo lo cuide más.
Quiero dar un giro a lo que estamos hablando, que por otra parte me parece muy
interesante aunque yo intervenga poco, pero vamos estoy con los ojos como la
lechuza: sin pestañear. En fin digo que quiero retomar el asunto por el
principio, para que tampoco nos perdamos demasiado; yo voy a contar no tanto mi
primera vez, ya que no aportaría nada nuevo a lo que hasta ahora se ha dicho...
–dijo el amigo.
—Eso no
importa, cuenta lo que quieras –cortó el hombre-, pero empieza por decirnos
como te lo montaste la primera vez, que yo lo he dicho y quiero saber como os
ha ido a los demás.
—Está
bien, digo que no es nada nuevo porque igual que tú, acudí a una casa de citas
y tuve una eyaculación normal, sin demasiados adornos porque la profesional lo
tenía todo previsto y en veinte minutos le dio tiempo a hacerme un pack que
incluía lavado, peinado y secado. Lo único que recuerdo bien de aquel momento
es que disfruté poco, se me quedó grabado la toallita con la que se protegió
parte de su anatomía para que no la manchase demasiado, tal vez pensaba que yo
sería un torrente expeledor de semen o algo por el estilo, porque vamos con un
lavaíto posterior hubiera quedado de lujo. ¡Ah!, también guardo como recuerdo
el cigarro que le tuve que pedir a la portera, para quitarme un poco los
nervios del momento –dijo el amigo.
—Cuéntanos
lo que pretendías antes que te cortara este entrometido –dijo la hermana.
—¡Oye!
¡Que yo sólo...!
—Es broma,
hombre. Relájate y disfruta del sonido de las campanas –dijo la hermana.
—Venga,
sigo antes de que os enredéis con otras cosas. Decía que lo que pretendo
aportar a esta reunión es un nuevo matiz. Me explico: Yo había tenido mi primera
vez en esa casa de citas, me había casado y sin embargo creo que las relaciones
plenas (esas que estamos nombrando de vez en cuando), no me surgieron hasta que
conocí a una persona de la cual no llegué a enamorarme, pero que me dejé llevar
por el instinto carnal puro y duro. Supongo que el matrimonio no habría
satisfecho mis necesidades sexuales, o es que siempre queremos más de lo que
tenemos o es que me cogió en un momento débil o yo que sé. Aquello duró un
tiempo al más puro estilo pasional, sin que casi nadie supiera nada (salvo los
compinches) y con un olor a cuerno quemado que mi mujer a punto estuvo de
descubrirlo todo, o tal vez lo descubrió y se lo guardó para sus adentros. La
pasión (me resisto a llamarlo amor), estuvo rodeada de un halo misterioso que
la hacían atractiva: fingíamos ante los demás, nos veíamos en el piso de una
compinche y dejábamos pistas para evitar ser descubiertos. Eso en lo
concerniente al montaje externo, luego centrándonos en lo puramente amoroso,
nos entregamos tanto, que por fuerza las relaciones eran placenteras para los
dos; sin llegar a extravagancias, buscamos la mejor forma de pasarlo bien. Hoy
día, después de mucho tiempo, todavía no sé porqué terminó la relación, porque
en el fondo no hubo nada que la hiciese desaparecer. En fin, resumiendo, aquí
creo que se da un ejemplo típico de buscar fuera lo que no tienes dentro,
aunque tal vez lo más correcto hubiese sido romper en lugar de ocultar nada
–relató el amigo.
—Has
tardado en hablar, pero te has explayado a base de bien, ¿eh caballa?, y además
has tocado un tema peliagudo: la infidelidad. Ahí es nada. ¿Por qué somos
infieles? ¿Qué es la infidelidad? ¿Por qué no puedes follar con una hembra que
te atrae? Ya sé lo que vais a decir, pero antes dejad que os cuente lo que yo
pienso, luego dadme vuestra opinión -intervino el hombre-. No se trata de andar
por ahí agarrando todo lo que te gusta (eso lo hacían los primitivos), voy al
caso de la atracción mutua, donde se dan condiciones para que te puedas ir a la
cama con alguien. No me refiero a condiciones de estar soltero, separado o sin
pareja. Ahí no hay dudas, si hay atracción a disfrutar de la vida, no te joe.
Voy al caso que acabas de presentar donde uno de los dos, o los dos están
emparejados, y aunque deseen follarse uno al otro, se reprimen porque hay una
traba moral, burocrática o no sé como llamarla...
—Llámala
social –dijo la profesional.
—Como
quieras, social, lo cierto es que si nos acostumbrásemos a que echar un polvo
es tan normal como tomarse un café o ir al cine con un amigo, las cosas las
veríamos de otra forma.
—Bueno,
son normales hasta cierto punto; vivimos en una sociedad (repito) y está
montada bajo esas premisas. Si bien es cierto que habría que desmitificar el
hecho de mantener unas relaciones sexuales, también lo es que no es lo mismo en
todas las circunstancias. La infidelidad (que existe como tal aunque lo no
creas), surge porque no estamos satisfechos con nuestra pareja, lo cual no
quiere decir que no la queramos o que no nos sintamos unidos a ella, o que
tengamos ganas de cambiar de aires. Vamos al terreno sexual propiamente dicho,
y ahí se da la infidelidad porque necesitamos más, porque el atractivo sexual
es poderoso y tal vez porque estén cambiando algunas cosas y estemos dejando de
considerarla como insalvable, aunque bien es cierto que hemos sido infieles a
lo largo de toda nuestra Historia Natural, que no es nada nuevo y que depende
del concepto que cada cual tenga de la misma. Tú mismo tienes dudas, si la
pareja lo tiene claro y está por la labor, pueden darse relaciones
extramatrimoniales (por llamarlas de alguna manera) consentidas, en cuyo caso
no estaríamos hablando de infidelidad aunque esa misma circunstancia en otra
pareja puede serlo simplemente porque falta el consentimiento. Lo que ocurre es
que esto en el fondo no suele funcionar (ahí tenemos las comunas), porque
además de los afectivos, nos creamos otra serie de ataduras: hijos, vivienda,
proyectos de vida, que son los que al final desequilibran la balanza y hacen
que nos mantengamos fieles a nuestra pareja.
—Hermanito -intervino la hermana-, eres demasiado
brutote en algunos aspectos. No puedes pretender ir manteniendo relaciones
sexuales como el que hace churros. Siempre se crean vínculos con la persona, y
aunque a todos nos gustan los hombres o las mujeres en general, hay que
respetarse y beberse algunas ganas sino es que no habría forma de sacar nada
adelante. Yo voy al caso de hemos comentado de romper antes de entablar otra
relación: a mi me parece lo más correcto. Así no se engaña a nadie, ni nadie
puede sentirse traicionado, que creo que es lo que más duele en el fondo. Otra
cosa es como se lleve la situación, y las secuelas que puede ocasionar una
ruptura, pero es que engañar me parece tan deshonroso, tan barriobajero.
—Yo que he
sacado el tema, puedo decir que no me siento culpable de nada, tampoco me dejé
llevar por ninguna moda del momento, ni tan siquiera fue un flechazo que me
hiciera entrar en un estado catatónico, que me llevara inevitablemente a vivir
con mi amada o morir. No era ninguna de esas situaciones las que yo sentí. Fue
un dejarse llevar por un impulso más primitivo que todas esas cosas, donde me
invadió una sensación de bienestar extraña, porque me encontraba a gusto con mi
pareja, pero sentirme en ese momento con la posibilidad de estar con otra mujer
por el mero hecho de ser yo un hombre, me llenaba de un orgullo que seguramente
se me notaría en la cara -dijo el amigo.
—Posiblemente
porque en tu juventud nunca se te presentó una ocasión semejante – dijo la hermana.
—O porque
no lo supiste aprovechar –dijo el hombre.
—O porque
con ninguno de los ligues que tuve llegué nunca a tener relaciones sexuales.
Cuatro besos y algún que otro pellizco en sitio impúdico.
—Que es
como se empieza, o mejor dicho, se continúa con una adecuada formación sexual,
lo que pasa que hay quien cubre las etapas más rápido y quien necesita más
tiempo, porque cada cual tiene su propia mecánica -dijo la profesional-. Y a ti
como a la mayoría de la gente, te cogió ese momento que nos cuentas en una
situación de marido formal, cuando lo suyo tal vez hubiese sido, que antes de
ese momento hubieses quemado etapas de relaciones sexuales como las que
relatas. O sea, para que sepamos de que va esto, lo normal y lógico es que
todos hubiésemos probado sin tapujos, que significan unas relaciones sexuales,
pero insisto, vivimos en una sociedad que nos exige unas pautas de
comportamiento, eso quiere decir que a determinada edad se nos permite
flirtearnos por los bancos de los jardines, a otra se no nos va pidiendo que
pasemos por la vicaría, o al menos que formalicemos nuestras relaciones, y a
otra que nos separemos y volvamos a formalizar nuestras relaciones, y no se
pase usted de listo porque entonces nos empiezan a mirar por encima del hombro.
— ¿Qué quieres
decir, que hay que separarse por narices? -dijo la hermana.
—¡No! No
se trata de eso, digo que en el terreno sexual una vez dentro de la etapa de
pareja, si se diese el caso del que estamos hablando, la sociedad nos exige la
ruptura y la formalización de una nueva pareja -aclaró la profesional.
—¡Ya! Pero
eso de los cuernos ha existido de toda la vida y nadie se ha metido en la vida
del otro para enmendarle la plana -dijo
el hombre.
—Si pero
no está bien visto y si no de forma directa, de forma indirecta te hacen ver
que algo no estás haciendo según las normas establecidas. Hay quien lo sabe y
disimula y quien se convierte en un pasota que hasta presume de sus conquistas,
al fin y al cabo hasta para esto necesitamos de los demás -dijo la profesional.
—Ahora te
toca a ti contarnos como fueron tus principios. Me come la curiosidad por saber
como empezó a formarse alguien que a la larga termina por convertirse en
profesional de la cosa -dijo la hermana.
—No te
esperes nada extraordinario, no dejo de ser una mujer como la mayoría, sólo que
la vida me llevó a ganarme el pan con asuntos relacionados con el sexo y sus
distintas variantes. Me podía haber dado por las separaciones matrimoniales o
los problemas de la infancia o yo que sé cuantas otras facetas y en cambio, un
buen día monté la consulta y ahí estoy ganándome la vida, tratando de ayudar a
los demás a que sean felices en sus relaciones sexuales -dijo la profesional.
—Que no es
mala cosa –cortó el hombre.
—Pero
sigue con lo que ibas a contar -dijo el amigo.
—Si,
perdona por mi interrupción -dijo el
hombre.
—Bueno, lo
que todos queréis escuchar en cierta forma coincide con alguna de las
exposiciones anteriores y aunque es una situación menos frecuente, como vais a
ver también se da en el mundo de la sexualidad. Yo fui de las que se casaron a
temprana edad, porque tenía que cambiar de domicilio para conseguir mi
independencia, y consideré que esa era la mejor forma. Me casé tan rápida y de
tan mala manera, que al año siguiente ya me había separado, aquello fue un
fracaso en el terreno sentimental. En lo puramente sexual, la verdad es que yo
no sentía nada, por inexperiencia tanto mía como de mi pareja, y entre que él
se corría antes de tiempo y que yo no encontraba la postura adecuada, aquella
experiencia pasó sin pena ni gloria. Había tenido las poluciones lógicas de los
sueños eróticos, me había masturbado casi sin saber que estaba haciendo y me
había estado instruyendo todo lo que pude entre otras cosas porque lo
necesitaba para mi trabajo. Al tener otra pareja con la que convivía, no se
porqué me dio el punto y pensé que le tenía que echar más morbo a las
relaciones, y buscar ese punto de inflexión al que no llegaba. ¿Y que hice? Me
eché un ligue al margen de mi pareja y por supuesto sin que él supiese nada.
Fue esporádico, pasional y sin amor, pero justo lo que necesitaba para que esas
relaciones plenas llegasen.
—¿Pero no
habíamos quedado que las relaciones sexuales plenas van acompañadas de otras
cosas? -cortó la hermana.
—Bueno, en
este caso yo lo sustituí todo por el morbo que me daba saber que me iba a
acostar con un tío que estaba como un tren. La experiencia no pudo ser mejor
porque esa noche me enteré de verdad lo que puede sentir una mujer en manos del
hombre adecuado. Nos compenetramos, nos comimos literalmente y llegué a perder
la cuenta de las veces que me corrí. Un sueño para toda mujer que se
precie -dijo la profesional.
—Parece
algo extraño que luego de dos relaciones, nos cuentes como tu primera corrida
esa relación ocasional -dijo el amigo.
—Así es,
pero las mujeres funcionamos de otra forma, ya te lo dije antes; vosotros más
mal que bien os fuisteis a la casa de citas y conseguisteis echar un polvo sin
más argumentos que las ganas de echarlo, pero nosotras somos otra cosa. Yo no
conseguía sentirme bien porque mis amantes carecían de experiencia y no
controlaban la situación, una vez que eyaculaban (todos lo sabéis), era difícil
por no decir imposible continuar intentando nada; cuando se dieron las premisas
adecuadas, el asunto funcionó y yo me encontré con el descubrimiento del
sexo -dijo la profesional.
Ahora nos
encontramos en una habitación con un sofá de tres plazas y dos butacas
adicionales. Por la cristalera de la ventana se ve la pared del bloque de
enfrente. Una mesa, una librería y un armario empotrado completan el cuadro.
Suena una música de guitarra en una habitación contigua.
—Bien,
hasta aquí creo que nos hemos contado los unos a los otros ese difícil trance
de la primera vez, del descubrimiento de verdad de lo que son unas relaciones
sexuales. Otra cosa es la suerte que cada cual pueda haber tenido, de
mantenerlas o no y las distintas vicisitudes por las que haya pasado hasta
encontrarse en la situación actual, pero a mí me gustaría que nos abriésemos
mentalmente y fuésemos capaces de exponer aquel momento o aquella relación de
la que guardamos un mejor recuerdo, porque pensemos que fue nuestro culmen,
nuestro clímax, en fin el no va más, ¿de acuerdo? – dijo la hermana.
—¡De
acuerdo hermanita, por mi no hay inconveniente! -dijo el hombre.
—Ni por
mi continuó el amigo.
—Adelante,
esto se está poniendo cada vez más interesante -dijo la profesional.
—Está
bien, como yo he sido la promotora, empezaré por exponer mi punto de vista al
respecto: sin duda cada cual tiene su propia vida y es difícil que se den dos
situaciones iguales, porque lo que para cualquiera de vosotros puede resultar
el no va más en las relaciones sexuales, a lo mejor para mi no lo es, pero
vamos tampoco nos vamos a poner ahora a definir que se entiende por clímax o
situación insuperable, me voy a centrar en contaros lo que para mí fue lo
mejor, porque es lo que recuerdo una vez pasado el tiempo que como siempre es
el que pone las cosas en su sitio. Conocí, ya en plena madurez y luego de haber
pasado por unas cuantas relaciones a una persona que estaba a punto de
separarse, como me atraía físicamente obvié cualquier otro tipo de
vinculaciones y me dediqué a él con ilusión. Mi cabeza nunca ha dado para
relaciones duraderas por lo que tampoco me compliqué demasiado. Me centré en
sus ganas de tener una mujer entre sus manos y las mías para poseerlo. La
experiencia acumulada por las dos partes fue suficiente para alcanzar momentos
de gloria que nunca antes había sentido, y lo que es más importante, nunca más
sentí hasta ahora, por lo tanto puedo decir sin temor a equivocarme que fue el
momento más dulce de mi vida sexual –dijo la hermana.
—¿Pero
seguro que no habría algo más que las ganas de mantener unas relaciones
sexuales? -dijo la profesional.
—Sí, claro
que había algo más, la necesidad de tener a otra persona a tu lado, un
compañero con el que compartir tu vida. Como digo he sido muy cabeza loca y
nunca fui capaz de formar una familia, pongo por caso.
—Ahí puede
estar tal vez ese recuerdo inolvidable que mantienes de esa relación -dijo la
profesional.
—Yo en
cambio -cortó el hombre-, acabo de tener
como quien dice mi momento dulce. Hace dos días que he estado en la cama con
una rubia multiorgásmica, ¡una maravilla!
—Ya será
menos –dijo el amigo.
—No te
exagero, eh, de un cuerpo digno de elogio para las edades que barajamos, esta
mujer se mueve en la cama buscando siempre la mejor postura y es capaz de
correrse una y otra vez sin decaer en su ímpetu
-decía el hombre.
—¿Y cómo
consigues tú no eyacular? -preguntó el
amigo.
—Con la
mente -dijo la hermana.
—¡Exacto
hermanita! Con la mente, tú lo has dicho. A pesar de que no ceso en mi
actividad para mantenerla tiesa, procuro distraer la mente y dejar que ella
disfrute, se mueva, se toque sin cesar el clítoris y ruja como una fiera. De
verdad que es todo un espectáculo verla actuar. Os puedo asegurar que de esta
forma consigo encontrarme en mis momentos más esplendorosos. Me enorgullezco de
hacerla disfrutar, hay veces que no necesito llegar a eyacular para sentirme satisfecho
y ya sabemos que el hombre tiene en ese punto su momento más delicioso, pero
luego de no sé cuanto tiempo, manteniendo un metesaca continuo, dándole por
delante, por detrás, de lado, boca arriba, boca abajo y que sé yo de cuantas
otras formas, a uno se le van pasando las ganas de correrse a gusto continuó el
hombre.
—Porque
estás manteniendo una eyaculación por tiempos
-dijo la profesional.
—Yo no sé
si es por tiempos o como será, lo que si sé es que cuando acabamos, nos
sentimos como si hubiésemos subido al pico más alto del Universo.
—En fin, a
mi me parece un poco exagerado, lo digo como hombre, tal vez has tenido suerte
y has dado con una persona que se compenetra adecuadamente contigo, porque eso
es lo que yo creo que se trata al fin y al cabo. La pareja tiene que
compenetrarse y encontrarse mutuamente los puntos adecuados para pasarlo bien
-dijo el amigo.
—Así es,
ya lo hemos comentado anteriormente -apuntó la profesional.
—Ahora voy
a contar yo... ¿Puedo verdad? -interrogó
el amigo.
—Sí, si
¿cómo no? -dijo la profesional.
—Bien, yo
no soy tan eufórico como tu hermano, pero si que guardo un buen recuerdo de una
relación que me llegó (tal vez por eso guardo un buen recuerdo), en un momento
que estaba muy necesitado. Hacía tiempo que no echaba un polvo como Díos manda,
y aquella mujer en cierta forma me atraía. Nos conocíamos de hace tiempo,
salíamos en el mismo grupo y aunque ninguno de los dos éramos dos niños, en
esta ocasión nos comportamos como tales y quizás por eso la cosa salió tan bien
desde mi punto de vista (desde el suyo tengo algunas dudas). Era en una fiesta
fin de año, todo el mundo bailando, dando saltos, en un momento en que cambia
el disco y que cada cual se empareja para bailar una pieza de las de antes, de
baile agarrao, nos quedamos los dos sentados, en una escalón del local donde
celebrábamos la entrada de año. Nos miramos, nos hicimos un gesto y a los
veinte minutos estábamos los dos en mi apartamento comiéndonos la boca -dijo el
amigo.
—¿Y algo
más? -cortó el hombre.
—¡Déjalo
que siga! -riñó la hermana.
—¡Si
claro! Y algo más. Mucho más, nunca creí que se pudiese pasar tan bien con una
mujer. Y es curioso que dos personas que se conocían desde hace tiempo, que nos
hemos visto en tantas situaciones distintas, y que nunca nos habíamos cruzado
dos palabras íntimas, nos encontrásemos en poco tiempo follando como si nos
conociésemos de toda la vida -continuó el amigo.
—¡Claro!
Si eso es lo que yo digo. ¿Para qué tanta historia? Tiene que ser algo más
directo, menos embrollado -dijo el hombre.
—¡Que no
hermanito! Que yo no me voy a la cama con cualquiera, ni aún en este caso se
trata de un aquí te pillo aquí te mato. Ellos dos se conocían de hace tiempo,
había algo en sus mentes que no se había llevado a efecto porque no se daban
las circunstancias. Aquel momento de fin de año, con las copas y la fiesta fue
el detonante ¿O no? -dijo la hermana.
—Pienso
que sí, en este caso tienes razón. No es por llevar la contraria a tu hermano,
aunque yo también sea un hombre. No era la primera vez que yo había pensado
meterle mano a esa mujer y es posible que ella también lo hubiese pensado, lo
que pasa es que hay que guardar las formas y a veces nos tomamos las ganas con
el café (como dice la Torroja). Lo cierto es que aquella madrugada me encontré
con el descubrimiento del clímax o como queramos llamarle -dijo el amigo-.
Recordar la imagen de esa criatura a cuatro patas y yo de rodillas, detrás de
ella, dejándome allí hasta la última gota de sudor mientras le sujetaba con mis
manos esas fantásticas nalgas, es que se me pone la carne de gallina.
—Ya veo
por donde van las cosas. Yo os tengo que contar ahora, y espero que todos me
entendáis, cual fue mi momento culminante hasta ahora, porque siempre hay que
mantener la puerta abierta a situaciones mejores, nunca se puede decir que no
hay nada mejor. Se sabe mucho sobre el sexo, se ha estudiado desde tiempos
inmemorables y cada cual se pone los límites que quiere o puede, pero yo nunca
descarto la posibilidad de encontrarme en circunstancias nunca antes vividas. A
lo que iba: hubo un momento en que un grupo de amigos decidimos indagar algo
más sobre las relaciones sexuales y pusimos en práctica una experiencia que
habría de servirnos para nuestro devenir profesional. Jugamos, por así decirlo,
a hacer de putas y putones y tratar de meternos en la piel de quienes se ganan
la vida de aquella forma -dijo la profesional.
—Experiencia
peligrosa -cortó la hermana.
—Bastante
peligrosa, diría yo, pero lo teníamos muy claro, tanto es así que no contentos
con esa primera prueba que practicamos entre nosotros, decidimos infiltrarnos
en el mundo real de la prostitución...
—¡Ge!
-exclamó el amigo.
—Aquello
fue sopesado seriamente, sabiendo cada cual lo que nos iba en el empeño y por
supuesto no existe ninguna grabación ni nada por el estilo que nos pudiese
comprometer. Queríamos vivirlo, aunque fuera dentro de un ámbito de estudio. Si
os lo cuento yo ahora, es porque mi vida la tengo más que resuelta, mis
prejuicios sociales y sexuales más que superados y además los demás están en el
anonimato, y jamás se me ocurriría dar la mínima pista al respecto.
—Lo
entendemos -dijo el hombre.
—Tampoco
es que estuviésemos demasiado tiempo con el experimento, tan sólo el que cada
cual consideró oportuno para no salir dañado ni correr el más mínimo riesgo.
Nos autoevaluábamos para evitar caer en la trampa y pasado ese periodo, todos
salimos y reiniciamos nuestra vida de forma normal. Como es lógico hablo por mí
y os cuento todo esto para que podáis entender el marco y el momento en el cual
yo me encontré más que a gusto. Como veréis no soy una mujer fácil a la hora de
conseguir unas relaciones sexuales adecuadas. Si antes os hablé del morbo de
los cuernos, ahora la historia es mucho más compleja y fijaros que yo no monté
todo aquello para satisfacer mis instintos, se trataba de un experimento
profesional, pero fue ahí, bajo ese prisma como me hallé con lo que nunca
hubiese imaginado: con un polvo que nunca conseguí superar. Tal vez fuese
porque pretendía saber tanto que me volqué; quise ponerme en situaciones de
fría, indiferente, caliente, rompedora, ¡yo que sé! Lo cierto es que un buen
día me llevé la sorpresa de mi vida y apareció por la habitación en la que me
trabajaba el oficio, una persona con la que había estado saliendo y con la que
nunca había conseguido tener un orgasmo. Pero tanto él como yo habíamos
evolucionado tanto que aquello resultó grandioso. Como ya nos conocíamos
quedaba al margen otras connotaciones y nos comportamos como si llevásemos
viéndonos toda la vida. Me llamaron la atención los dos lunares de su pene a
los que nunca había dedicado tanto tiempo y me resultó gracioso el comentario
que hizo nada más comenzar a sobarme bajo la falda: Creo que es la primera
vez que me recibes sin bragas. Sus manos querían abarcarlo todo y el
contacto de sus labios despertó en mí una pasión inusitada. Con que ganas le
mordí la boca y con que ansias recibía las acometidas que me lanzaba; perdí la
noción del tiempo y hasta que no llamaron a la puerta, no regresé se ese
submundo de placer en el que me había sumergido.
—No está
mal -dijo el hombre.
—Está
superior -dijo la hermana.
—Creo que
mejor será que vayamos pensando en otra cosa, porque a mi se me están acabando
las pilas y de un momento a otro puedo empezar a decir tonterías -dijo el
amigo.
—Si,
podemos dar por finalizado este encuentro, esperando que a todos nos haya
servido de algo exprimirnos un poco -contestó la profesional.
Por la
ventana se veían las primeras luces del alba, llovía. Los dos hermanos y la
profesional se despedían del amigo que había tenido la amabilidad de ejercer de
anfitrión. Ahora apretaba con ganas el agua pero ya se encontraban los tres tan
decididos a marcharse que no les importaba llegar empapados a sus casas.
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